lunes, 29 de noviembre de 2010

El día de la Reina de las nieves

Vi nevar durante toda la tarde en Madrid… a través de una ventana, resguardándome… sólo mirando a través de ella esos pedacitos blancos caer… lo reconozco, disfruto muchísimo viendo nevar cuando los copos se suspenden en el aire… hoy era lunes, uno de esos que comienzan en tormenta a pesar de un cielo del que, todavía, no caía nada… uno que comenzó picando fino todavía entre sábanas un extraño temor que no acertaba a entender… el que se clava en el estómago haciéndote preguntarte muchas cosas como lo hacía en ese cuento de Anderson el perverso pedazo de un espejo maldito… uno que, a pesar del azúcar, volvió a asomar su cabeza para recordarme que estaba ahí… me di cuenta de que me había rascado más de la cuenta las cicatrices, esas que de alguna manera marcaron el comienzo de esta nueva vida de gata… luché contra esa sensación lavándola con agua caliente… dejando que se me escurriera de la cabeza y se marchara por el desagüe… notando el quemazón de algo que no entendía bien, recordándome a mí misma todo el resto de los argumentos… sentí el frío de la nieve quemarme la cara… helándome ese pedacito de espejo maldito metido dentro del ojo… lo noté haciendo eso para lo que estaba hechizado por esa Reina maldita… aunque sólo fueran segundos, olvidé las palabras… los hechos… los momentos que guardo en un baúl distinto… oyendo un cascabel sonar desde una bolsa de tela que amortiguaba su sonido… de pronto, una voz me dio el calor que esa Gerda del cuento regaló con sus lágrimas… el suficiente para deshacerme ese pedacito de espejo clavado y congelado… el suficiente para contrarrestar ese beso malditamente gélido que la Reina me dio en la frente…


Seguí viendo nevar a través de una ventana para sentir un frío ajeno, uno que desembarcó en mi sofá en busca de refugio… necesito una dosis de abrazos, leí en una pantalla sabiendo entender entre líneas un S.O.S. digno de un náufrago cualquiera de este barco pirata… sentada convertida en un ovillo, una gota de sangre de mi sangre se acabó de desangrar para hablarme de algo que ya conocía… ese pedacito de espejo también se le había clavado en el ojo haciéndola llorar… tratando de entender sus propias preguntas, sus propios otoños… esos para los que buscamos fechas ante el miedo de las palabras no dichas… esos otoños a veces locos que nos recorren como si metiéramos los dedos en un enchufe despertándonos hasta el último poro del cuerpo… esos otoños que pronunciamos en susurros mudos que, a veces, nos congelan en la peor de las ventiscas… a ella la Reina la besó en la frente recordándole fantasmas que, de golpe, deambularon a su alrededor... oí lo duro que es no tener manera de saber de alguien, oí lo duro que es preguntarse si el camino escogido respondía a los pasos que se marcaban sobre la nieve… me pregunté por la pauta entre deber y hacer… por esa fina barrera que separa el hacer por uno mismo o por esperar una respuesta… vi como ese trocito de espejo congelado surtía el efecto de un frío que la invadía, uno para el que no tenía más respuesta que el tiempo… uno que, muchas veces, nos devora cuando esperamos… uno que, otras tantas veces, estira los minutos hasta convertirlos en siglos… el mismo frío que hace de una ciudad un espacio vacío… un enorme iceberg de soledad… me sentí Gerda abrazando entre mis brazos ese cuerpo tan delgado, dejando que se deshiciera con palabras y silencios… notando cómo subía el mercurio a pesar del frío de la calle…


Volví a quedarme sola en este extraño reino en el que la nieve se había marchado con la oscuridad pensando en esos besos traicioneros con sangre azul de un cuento que existen más allá del papel… en esos otros que deshacen el hielo para recordarnos que, a pesar del frío, seguimos estando vivos debajo… pensé en ese constante esquivar pedacitos de un espejo maldito que no queremos volver a encontrar pero que choca contra nosotros… en la cantidad de veces que somos ese Kay al que se le hiela el hoy, al que un beso congela el pasado aunque, lejos del cuento, el efecto sea el contrario y no sólo no lo borre sino que lo despierte… sin la bendición del presente, con la absolución de un futuro en el que habremos esquivado los pedacitos de espejo... así es sentir, había dicho sólo unas horas antes... así es, me repetí a mí misma en una noche en la que no sé por qué ya no sentía frío...

Foto | Raquel Aparicio

4 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces los otoños son así...

Primero te fascinan con sus miles de colores y después te empiezan a desnudar... y a medida que el viento sopla, las hojas van cayendo y te sientes desnuda.

Y entonces llega el frío, y sientes que necesitas del calor de los tuyos para sobrevivir a este cambio de estación que se hace duro...

Y ahí están los abrazos y las sonrisas que consiguen rescatarte una vez más y sacarte a flote para seguir navegando....

Y el barco sigue una ruta que aún no sabe a dónde va, pero siente la tranquilidad de contar con un faro y un puerto que estarán ahí si vuelve a perderse en la oscuridad de este otoño...

Fátima dijo...

Cielo, siempre habra otoños... Unos que deslumbran, otros locos... Otros demasiado calidos y otros con un regusto demasiado frio... Quizas la vida consiste en que existan, en que esten... En que, sean como sean, aparezcan para dejar un monton de hojas secas o mil brotes verdes que antes o despues saldran... El faro estara siempre encendido y sabes de sobra que en mi puerto no hay juicios ni preguntas, solo parche y pata de palo... Antes o despues, baby, aplaca la tormenta... El hechizo de la Reina perversa se termina y, si no, siempre hay una cubierta en la que sentir calor a pesar de la temperatura...
;)

nerea dijo...

Me ha encantado y sólo puedo decir: que los otoños frios pasan, y llegarán veranos.

Fátima dijo...

Ole hermana... verdad verdadera!
;)