Siempre
he sentido curiosidad por esos mensajes dejados en las puertas de los aseos de
carretera… esos que se escriben a sabiendas de que pueden ser borrados, que
quizás no sean leídos nunca por nadie… que, tal vez, no se entiendan… siempre
pienso que esos tantos mensajes que he leído de amor nunca serán leídos por la
otra persona sólo por el hecho de que están escritos en el baño de mujeres…
mirando todas esas puertas, pienso en esos viajes que alguien hizo… esos que,
en su momento, fueron un momento lo suficientemente singular como para escribir
algo tras una puerta… quiero creer que no se hace de manera indiscriminada por
el mero hecho de escribir, no sé por qué creo que no es así… quizás porque hubo un motivo las
veces que yo lo hice… uno específico o vital que, en ese momento, me empujó a
sacar algo con lo que escribir del bolso y hacerlo… no entonaré el mea culpa,
no sólo lo hice a los diecisiete años… creo que decir es algo que no tiene
edad, hacerlo para que nadie o un desconocido lo lea tampoco…
En
una madrugada de aventura, leí la primera de las puertas… una que estaba en
mitad de alguna parte de esa autopista de La Coruña en la que estaba… una que
recorría de la mano de un amigo en una furgoneta de mensajería… él estaba
currando, yo era un polizonte de su carga… empezaba una escapada que tenía
Asturias como primer punto de destino… detrás de esa primera puerta de un frío
baño de alguna parte de Valladolid, tan sólo hice una cosa… sonríe, decía una
caligrafía redonda que incluso había pintado un garabato sonriente… y sonreí…
pensando que estaba haciendo el viaje más peculiar de mi vida, uno que había
tenido una gran dosis de miedo hasta que me subí a esa furgoneta… uno que se
acabó de disipar cuando pisé el suelo mojado de Oviedo… respiré hondo cerrando
los ojos… I can fly, sonaba en mis oídos, but I want his wings… acariciaba una
mañana que tenía algo de fugitiva y algo de legal… una deseada a pesar de no
haber dormido, a pesar de los kilómetros… sonrío pensándolo en esta oscura
noche de Madrid… entre el regusto de sidra dulce, con un bote de Nesquik en la
mano… con un sueño que llegó cuando ya era completamente de día después de una
noche compartida con una emisora, con un amigo del que conocí más y con muchos
kilómetros…
La
segunda puerta que leí fue en Oviedo en esa estación de Alsas que no conocía…
aquí empieza un punto y aparte en mi vida, decía esa puerta, así que a partir
de ahora me espera lo mejor… traté de imaginar cómo era esa mujer que lo habría
escrito, a qué se referiría… cómo sería su historia, pensaba para mí mientras
repasaba la mía… también cantas, me preguntaron con una increíble curiosidad…
escribí desde una mesa que no era mía mientras Nirvana volvía a inundarme la
cabeza… miré por una ventana un susto, me encerré en un armario de nervios… me
río… esas alas de una canción que escuché de buena mañana se hicieron realidad…
volé para mirar el mundo desde arriba… para mirar menos hacia atrás, para
hacerlo más hacia delante… para leer mi nombre sobre mis manos, para mirar desde lejos y ser mirada… para sentir
miradas desde papel… estaba ante esa puerta de baño porque me había acompañado
ese cronopio que la suerte quiso que me encontrara por casualidad una noche en
esa misma ciudad… nos abrazamos al despedirnos sonriendo… volví con un pedacito
más de esa Lola conmigo… con ese dulce sueño mientras recorría kilómetros,
quedándome dormida mientras pensaba en esos puntos y aparte que todos ponemos
en nuestras vidas… mientras pensaba en los pasos dados hasta llegar ahí con el
viento empujando el camino en una noche en la que llovía a cántaros… esa rubia fiel
que me acompaña en esta vida me esperaba con cara de sueño, con ganas de
contar… con esa cocina que es confesionario, escenario de show de humor y mundo
de preguntas sobre la vida preparada para mi visita…
La
última de las puertas que leí es, quizás, la única que podía cerrar un viaje
que comenzó en una madrugada con muchas sensaciones en el estómago… supongo que
por ser la última de un camino que desandaba después de un extraño día de
cumpleaños… uno en el que había sentido la difícil situación de dejarme llevar
por las tripas y mi pasado, uno en el que había tenido que lidiar en combate de boxeo mental con ese
lazo increíble que es querer a alguien a pesar de no entender… destripando esa rabiosa sensación de no caber dentro de uno que sólo vi como espectadora, una sensación que abracé antes de despedirme... mientras volvía en ese
último autobús que me separaba de mi casa pensando en esas ganas de atracar en
puerto y bajar las velas… volvía hacia esa ciudad que ejerce de casa y de
infierno a la vez pegando mis propios cromos en ese álbum que abrazo… en mitad
de mi camino, una parada que ya conocía de esas otras huídas hacia delante que
suponen para mí Bilbao… estación de Lerma, leí en el cartel de la entrada… estación
de Lerma, sonreí para mí, quizás no podía haber mejor puerta para cerrar este
camino… recordé una de esas puertas de aseo en la que yo misma escribí meses
atrás en un viaje en dirección contraria, en un tiempo diferente a esa noche de
domingo… no me hizo falta buscarla porque, nada más entrar en el aseo, supe qué
puerta era… entré, cerré y me sorprendió la maraña de letras y frases
estampadas… recordé que en aquélla puerta azul no había nada el día que yo
escribí un tanto decepcionada… y de pronto, me encontré a mí misma en aquél
ovillo de trazos… sonreí leyéndome esas ocho palabras con puntos suspensivos…
esas que decían mucho sin necesidad de hacerlo… esas que me recordaron un
trayecto en el que me corté la melena y me desaté en gran medida el alma…
sonreí al volver a subirme al autobús que me acercaba cada vez más a casa…
curiosa vida esta, me decía para mí, lo que escribí sigue vigente muchos meses
después…
No hay comentarios:
Publicar un comentario