lunes, 22 de noviembre de 2010

Tres puertas de baño de carretera


Siempre he sentido curiosidad por esos mensajes dejados en las puertas de los aseos de carretera… esos que se escriben a sabiendas de que pueden ser borrados, que quizás no sean leídos nunca por nadie… que, tal vez, no se entiendan… siempre pienso que esos tantos mensajes que he leído de amor nunca serán leídos por la otra persona sólo por el hecho de que están escritos en el baño de mujeres… mirando todas esas puertas, pienso en esos viajes que alguien hizo… esos que, en su momento, fueron un momento lo suficientemente singular como para escribir algo tras una puerta… quiero creer que no se hace de manera indiscriminada por el mero hecho de escribir, no sé por qué creo que  no es así… quizás porque hubo un motivo las veces que yo lo hice… uno específico o vital que, en ese momento, me empujó a sacar algo con lo que escribir del bolso y hacerlo… no entonaré el mea culpa, no sólo lo hice a los diecisiete años… creo que decir es algo que no tiene edad, hacerlo para que nadie o un desconocido lo lea tampoco…

En una madrugada de aventura, leí la primera de las puertas… una que estaba en mitad de alguna parte de esa autopista de La Coruña en la que estaba… una que recorría de la mano de un amigo en una furgoneta de mensajería… él estaba currando, yo era un polizonte de su carga… empezaba una escapada que tenía Asturias como primer punto de destino… detrás de esa primera puerta de un frío baño de alguna parte de Valladolid, tan sólo hice una cosa… sonríe, decía una caligrafía redonda que incluso había pintado un garabato sonriente… y sonreí… pensando que estaba haciendo el viaje más peculiar de mi vida, uno que había tenido una gran dosis de miedo hasta que me subí a esa furgoneta… uno que se acabó de disipar cuando pisé el suelo mojado de Oviedo… respiré hondo cerrando los ojos… I can fly, sonaba en mis oídos, but I want his wings… acariciaba una mañana que tenía algo de fugitiva y algo de legal… una deseada a pesar de no haber dormido, a pesar de los kilómetros… sonrío pensándolo en esta oscura noche de Madrid… entre el regusto de sidra dulce, con un bote de Nesquik en la mano… con un sueño que llegó cuando ya era completamente de día después de una noche compartida con una emisora, con un amigo del que conocí más y con muchos kilómetros…

La segunda puerta que leí fue en Oviedo en esa estación de Alsas que no conocía… aquí empieza un punto y aparte en mi vida, decía esa puerta, así que a partir de ahora me espera lo mejor… traté de imaginar cómo era esa mujer que lo habría escrito, a qué se referiría… cómo sería su historia, pensaba para mí mientras repasaba la mía… también cantas, me preguntaron con una increíble curiosidad… escribí desde una mesa que no era mía mientras Nirvana volvía a inundarme la cabeza… miré por una ventana un susto, me encerré en un armario de nervios… me río… esas alas de una canción que escuché de buena mañana se hicieron realidad… volé para mirar el mundo desde arriba… para mirar menos hacia atrás, para hacerlo más hacia delante… para leer mi nombre sobre mis manos, para  mirar desde lejos y ser mirada… para sentir miradas desde papel… estaba ante esa puerta de baño porque me había acompañado ese cronopio que la suerte quiso que me encontrara por casualidad una noche en esa misma ciudad… nos abrazamos al despedirnos sonriendo… volví con un pedacito más de esa Lola conmigo… con ese dulce sueño mientras recorría kilómetros, quedándome dormida mientras pensaba en esos puntos y aparte que todos ponemos en nuestras vidas… mientras pensaba en los pasos dados hasta llegar ahí con el viento empujando el camino en una noche en la que llovía a cántaros… esa rubia fiel que me acompaña en esta vida me esperaba con cara de sueño, con ganas de contar… con esa cocina que es confesionario, escenario de show de humor y mundo de preguntas sobre la vida preparada para mi visita… 

La última de las puertas que leí es, quizás, la única que podía cerrar un viaje que comenzó en una madrugada con muchas sensaciones en el estómago… supongo que por ser la última de un camino que desandaba después de un extraño día de cumpleaños… uno en el que había sentido la difícil situación de dejarme llevar por las tripas y mi pasado, uno en el que había tenido que lidiar en combate de boxeo mental con ese lazo increíble que es querer a alguien a pesar de no entender… destripando esa rabiosa sensación de no caber dentro de uno que sólo vi como espectadora, una sensación que abracé antes de despedirme... mientras volvía en ese último autobús que me separaba de mi casa pensando en esas ganas de atracar en puerto y bajar las velas… volvía hacia esa ciudad que ejerce de casa y de infierno a la vez pegando mis propios cromos en ese álbum que abrazo… en mitad de mi camino, una parada que ya conocía de esas otras huídas hacia delante que suponen para mí Bilbao… estación de Lerma, leí en el cartel de la entrada… estación de Lerma, sonreí para mí, quizás no podía haber mejor puerta para cerrar este camino… recordé una de esas puertas de aseo en la que yo misma escribí meses atrás en un viaje en dirección contraria, en un tiempo diferente a esa noche de domingo… no me hizo falta buscarla porque, nada más entrar en el aseo, supe qué puerta era… entré, cerré y me sorprendió la maraña de letras y frases estampadas… recordé que en aquélla puerta azul no había nada el día que yo escribí un tanto decepcionada… y de pronto, me encontré a mí misma en aquél ovillo de trazos… sonreí leyéndome esas ocho palabras con puntos suspensivos… esas que decían mucho sin necesidad de hacerlo… esas que me recordaron un trayecto en el que me corté la melena y me desaté en gran medida el alma… sonreí al volver a subirme al autobús que me acercaba cada vez más a casa… curiosa vida esta, me decía para mí, lo que escribí sigue vigente muchos meses después…

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