Inspiro,
expiro… el aire de mi pueblo, decía un amigo este verano en mitad de una
madrugada… sonrío… quizás sea el aire, quizás sea la extraña magia de este
lugar perdido en el que lo más fácil es perder la conexión con el mundo… si
Mendel me conociera, pienso a veces, se le iba a quedar en nada la genética
aplicada a los guisantes… supongo que vengo de serie con ese gen cabra que me
hace adorar esto… ese que me hace sentirme a gusto a más de mil metros de
altura, rodeada de montañas… escuchando gallos desorientados que cantan a las
cuatro de la tarde… viendo vacas rascarse contra un muro como si les fuera la
vida en ello… notando ese frío que te pone la carne de gallina al salir de casa
cuando te separas de la chimenea… respirando hondo con una puesta de sol que,
pese a no tener la etiqueta de “la más espectacular del mundo”, a mí me lo
parece… no me quiero ir, me digo a mí misma mirando al tendido desde este lugar
al que siempre vuelvo y desde el que siempre miro antes de irme… el mismo al
que subo en verano y en invierno… el mismo que me permite radiografiar el
tiempo que paso aquí, midiendo hasta el último recoveco de cada segundo… me
enciendo un cigarro notando esa angustia que se me pone siempre por dentro, esa
misma que me recuerda que cada vez me cuesta más volver a eso que llaman
civilización y que a mí me sobra tantas veces… cómo sabía que no te ibas hoy,
me ha dicho mi padre por teléfono cuando me ha llamado… sonrío… fuerza mayor
papá, le he contestado… creo que en, este santo lugar, una de las máximas es que
nunca cumplo con la fecha de alzar el vuelo… por más convencida que esté,
siempre sucede algo que me lo impide…
Pienso
en estos días perdida en este valle mientras miro esas montañas blancas pese a
la increíble tarde de sol… tratando de pegar en mi propio álbum todas esas
fotos mentales que atesoro para mí… esas que hacen de la nada momentos de
felicidad absoluta que me regalan enormes sonrisas, momentos de azúcar que
quizás nadie comprenda… de esos que me endulzan el alma, que le dan cuerda a este
reloj que a veces se para atrapado en una maraña vital que no soy capaz de
desenredar… suspiro… puto pueblo, pienso emulando a ese amigo perdido en una
habitación, no sé qué tiene este santo lugar que me atrapa cada vez que vengo…
quizás sean esas tres preguntas consecutivas en una mañana de cuándo me caso
con sus tres consiguientes respuestas de cachondeo… por algún extraño motivo,
aquí más que en cualquier otro lugar de la tierra a todos les preocupa mi
soltería… quizás me ato a esta tierra porque me encanta reencontrarme en las
madrugadas con esas partidas de cartas tan surrealistas, esas en las que soy
mera espectadora pero en las que acabo siendo involucrada -aún no queriendo-
delante de una interminable crema de orujo que empezó siendo un Cola-Cao… esas
que hacen que me muera de la risa sólo por lo que dicen otros… tal vez sea
porque aquí el sol calienta de otra manera, el frío se siente de otro modo…
porque, a pesar de todo, siento ese calorcito en el alma que te dan los buenos
momentos… esos que muchas veces consisten simplemente en acariciar a Lur panza
arriba, mirándole sabiendo que cada día que pasa está más viejito… porque
quizás, para mí, esos cafés que me tomo en la cocina del Gure Txoko mientras
Eskarne cocina me hacen sentir parte de una familia que, sin ser la mía, siento
propia… porque me alimenta meterme con Iker sólo para contemplar cómo gruñe,
por todos esos cafés que comparto con él sentada en la esquina de la barra ante
el vacile generalizado, y el “hola nuera” de su padre al que siempre respondo
con un sonreído “hola suegro”… sonrío… por algún extraño motivo, aquí mis
“blonde session” saben de otro modo… quizás porque, a pesar de todo, me
conformo con compartir tiempo con ella sin necesidad de hacer nada… por esos momentos nuestros que rozan el absurdo patrocinados por la ausencia de un teléfono... por esos silencios compartidos y suspirados que sabemos que duelen, por todas esas cosas que nos decimos -aún conociéndolas ya- cara a cara...
No
me quiero ir, repito para mí una vez más de tantas como lo he dicho estos
últimos días… soy consciente de que sufro ese síndrome que me atrapa siempre,
ese que me hace no querer despegarme de esta extraña oficina que tengo montada
en la esquina de la barra entre pinchos de queso, botellines y cafés… quizás
porque conozco a todo el mundo y todos me conocen a mí… tal vez porque, aquí,
paso de escuchar auténticas barbaridades a cosas bonitas aún no buscando hacerlo… estás muy chula pero muy chula, me dijo
el padre de un buen amigo, da gracias que soy un paisano formal… me tuve que reír… no
sé por qué, pero aquí incluso los piropos saben distinto… en este santo lugar, todo
tiene un sabor diferente que se te pega en el paladar durante mucho tiempo…
pequeñas cosas, ridículas a lo mejor… vitales para mí pese a su insignificancia, a pesar de que sean rutinas como ver entrar a
Casiano en el bar y escucharle decir aquello tan famoso de “moza, pero sigues
por aquí?, deberías empadronarte”… para muchos, supone una auténtica sorpresa
comprobar que siempre vuelvo y que casi siempre estoy… que, fuera de ese
calendario vacacional que marca la vida y llegada al pueblo, yo antes o después
aparezco… cuándo vuelves, me pregunta siempre el Mister al despedirme de él con
cara de pena… supongo que, de alguna manera, soy una pieza más de este puzzle…
una que, por el motivo que sea, es bienvenida siempre… una sensación que sé
reconocer y que me provoca una alegría que me callo para mí… la que te dan los momentos, los reencuentros... esas sonrisas que no quieres evitar, esa sensación que te recorre a veces el cuerpo como un subidón de felicidad que no sé -ni pretendo- transformar en palabras... ese que a veces tan sólo procura el hecho de que esa amiga de siempre me diga que le encanta cómo escribo... la misma felicidad que siento cuando el que es su marido me llama "cabrona" por lo que leyó en esta sopa... gracias por contarlo tan bonito, me dijo ella... gracias a vosotros, le contesté, si no hubierais hecho que lo sintiera no podría contarlo así... suspiro... es curioso cómo cosas tan pequeñas como palabras logran calar de esa manera... cómo emocionan, hacen sonreír y ponen algodoncitos... supongo que por eso escribo desde este lugar... porque creo que suma toda esa magia que respiro en este rinconcito perdido de España, porque esa magia es la que jamás tendrán ni siquiera mis ventanas de Madrid...
Sigo
mirando al tendido viendo cómo las ovejas comienzan a subir, escuchando sus
balidos afónicos a lo lejos… vuelvo a respirar hondo… mañana me voy, me digo
para mí parafraseando a Lagarto Amarillo, si algo tenía que hacer lo tengo que hacer hoy… una nueva despedida de este puerto de referencia mío para sonreír y
sanar heridas… suspiro… cuando te pasa algo, me dijeron una vez como si fuera
un reproche, siempre te vas a Acevedo… supongo que para mí no existe mejor
jarabe de vida que este porque, de la manera que sea, es capaz de remendarme
las costuras para volver a tirarme al mundo… porque me da esa paz que, quizás,
sólo te dan las cosas auténticas… esas que sientes tuyas, esas que hacen de
gente y lugares un hogar propio que probablemente nadie comprende… compruebo mis
alas, sabiendo que están preparadas para comenzar a volar aunque no quiera… me
río… demasiados vuelos pendientes, demasiados realizados… miro el nido de las
cigüeñas que, año tras año, anida en el mismo lugar… supongo que si ellas
siempre vuelven, aunque tarde esta vez, volveré a encontrar el camino de
regreso… todo es cuestión, como me dijo esa rubia mía del alma, de no perder
nunca más el rumbo de este barco pirata…
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