domingo, 9 de mayo de 2010

Ecuacionando...

Traté de rescatar esa teoría matemática… para recordar cómo se despejaba… sumé en lugar de restar… dividí multiplicándome… me dupliqué para partirme por la mitad… para cuestionar las variables “X” e “Y” de esa difícil propuesta numérica… de esa para la que no existía una pauta de despeje… una fórmula exacta para lograr obtener un único número… una sóla respuesta… quizás, una única decisión… ecuacioné los minutos para buscarles palabras… para convertir tiempo en recuerdos… pildoritas de números que, quizás, me haya tragado de golpe… sonrío… demasiados segundos en la boca del estómago… pocos, quizás, para la ecuación o, quizás, demasiados… me senté a esperar que esa calculadora no científica de mi mente me diera una respuesta… una aislada de caricias entre gatos, de miradas llenas de palabras… de átomos de presente, de un millón de partículas de silencio… ecuacioné para tener que pasarle la goma de Milán por encima… viendo el trazo de los números sobre el papel… desaparecidos pero presentes… de esos que puedes reconocer pasando los dedos sobre la página porque han dejado un surco…

Volví a plantear la ecuación, rescribiendo los números como ya había hecho… mirando el contorno de sus siluetas… volviendo a dividirlos entre despedidas inadecuadas… multiplicándolos, de nuevo, entre sí para aprender su significado… para comprender la pauta de su mutación, de ese cambio… las dividí entre los días para comprender un número desconocido… para verlo a través de una ventana, para verlo esfumarse como el humo de un cigarro cualquiera… para tratar de comprender cada una de las raíces cuadradas que convertían la fórmula en un atolladero sin resultado… en un extraño callejón al que todavía le buscaba una salida… uno para el que no existía más que un intento de meter la negra en el agujero adecuado del billar… uno para la sonrisa adecuada… uno para el “pase lo que pase”… me di cuenta, una vez más, de que soy de letras y que, a pesar de mis pesares, a mi mente se le escapan las fórmulas… cambié los números por palabras… por esas que se dicen sin decir, por esas que se dicen en susurros… por esas que se callan y se atrapan en la punta de la lengua, atrapándolas en un silencio que te ata la garganta… tratando de aplicarles una división entre dos que no hizo más que multiplicarlas… cambié las palabras por recuerdos… por esos que, cerrando los ojos, todavía vuelven a sentirse sobre la piel de la memoria… los cambié por escalofríos, por suspiros… por el frío, por la humedad… por el calor, por los aullidos escuchados desde lejos… volví a pasar la goma para borrar todo mi intento de despeje matemático… para ver cómo se me escurrían los números de la página…

Cuando volví a plantear mi intento de lógica, me dejé llevar por mis propias entrañas… por esas que, quizás, no entienden de lo establecido por las pautas de nadie… esas mismas que saben lo que es sentir el peso de unos ojos que taladran al mirar… las mismas que giran el reloj de arena sin dejar que caiga el último grano, luchando contra ese vacío atrapado en cristal que suena a silencio… escucho cómo hablan esas vísceras mías que a veces son gato y otras son perro… esas mismas que a veces miran y otras huyen… las mismas que tratan de encontrarle un sentido a las cosas, a las que las atan en un nudo tan fuerte que aprieta… respiro hondo mirando mis números, mis palabras, mis recuerdos… todas esas variables que intento colocar en el lugar idóneo para obtener un resultado… para poder meter las coordenadas en mi propio GPS para encontrar el mapa completo de ese tesoro que no sé si existe… dándome cuenta de que, quizás, mi ecuación jamás se resuelva pese a tener un resultado… sonrío… la eterna contradicción de esta existencia mía… esa que trata de mantener el barco más pirata que nunca pero que, aún así, necesita poner un ancla en tierra firme… uno que le permita no sentir el bamboleo constante del mar bajo los pies… uno que, simplemente, me permita saber sobre qué suelo piso…

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