miércoles, 29 de octubre de 2008

Gran Muralla, ¿dígame?

¡Coño! Me teletransporto sin apenas darme cuenta… siempre me dan ganas de decir “ya podía estar yo allí viendo semejante maravilla”… pero lógicamente, me corto… no creo que los chinos –persona- cogieran la broma… así que hago mi pedido y espero a que ese repartidor aparezca sobre el felpudo de entrada a mi casa… el chino –persona- se persona, nunca mejor dicho… y de la que estoy abriendo la puerta, alarga su brazo para tenderme la bolsa… ni siquiera se quita el casco… eso cuando lo trae, porque el chino –restaurante- está cerca y yo creo que hay veces que vienen corriendo… en cero coma dos décimas, y sin pronunciar nada salvo “gasias” y “adióoo”, te han traído la cena… te han cobrado… y se han ido… mi chino –persona- repartidor nunca tiene “el pico” del cambio… vamos, que me hace el lío cada vez que viene… y yo me dejo, qué le vamos a hacer… estoy deseando cerrar la puerta… me parece sacado de una auténtica película de Hong Kong y me da un poquito de miedo pese a que le saco 3 cabezas y 20 kilos…

Optar por cenar en un chino –restaurante- puede convertirse también en una odisea… entras allí y de golpe te ves abrumada por todo lo que encuentras… el cuadro con la cascada que se mueve no puede faltar… no hay chino –restaurante- que se precie donde no haya una… la observo entre asustada y absolutamente flipada… aquello es un auténtico invento… digno de orientales, sin duda… el hilo musical no puede faltar… con esas melodías en las que mujeres con una voz que parece sacada de la garganta de un gato al que le pisan un rabo no paran… muy politono del móvil, la verdad… pero o te dedicas a charlar o, cuando llevas media hora, tienes un auténtico ataque de nervios… además, fieles al atrezzo propio, algunos hasta tienen un estanque a la entrada… algo que tengo que confesar que me fascina… me quedo como los niños mirando esos peces naranjas… otra de las consignas de cualquier chino –restaurante- que se precie es que la persona que te trae el rollito de primavera es, siempre, la que menos castellano habla de todo el garito… y me resulta peculiar porque pienso que, sin que nos demos cuenta, ellos tienen su particular régimen de jerarquías… su método estudiado y medida al milímetro… y una máxima común demostrada casi científicamente: todos ellos se mueven dentro del restaurante con el mayor silencio del mundo… vamos, que ni te enteras de que se acercan… pero eso sí, cuando hablan entre sí, se convierten en seres sumamente ruidosos… siempre parecen estar discutiendo, siempre parecen estar cabreados…

Y lo mejor, mejor es cuando terminas de comer… y el camarero aparece con esos maravillosos platos de toallitas calientes… de verdad que me quito el sombrero… porque con el trajín que tiene un restaurante, que se dediquen a envolver toallitas me parece digno únicamente de ese carácter oriental…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Neni...

Me parto! Cuánta razón tienes! Peculiar raza la oriental. A mí desde luego ya sabes que me ponen nerviosita por no decir que me cuesta un cojón aguantarme la risa cada vez que les oigo hablar. Parece que sólo saben trabajar e inventar cosas y te preguntas por su sentido del humor. Pero después llegan programas como "humol amalillo" y su chino cudeiro y dices: Coño! si todavía tienen tiempo para reirse de ellos mismos mientras se parten el cráneo, eso sí con la mayor de sus sonrisas.
Aún así me siguen poniendo nerviosita perdía!

Besitos de tu rubia norteña