sábado, 18 de octubre de 2008

Silencio...

Quien dice que el silencio es la ausencia de ruido se equivoca… sin lugar a dudas, el silencio es el peor de los ruidos… el más insoportable de todos… ese no sonido que espanta porque cala… mella… hace surcos en el alma… aplasta, en suma, lo pequeño de cada uno convirtiéndonos en seres vendidos a lo inesperado… a eso que logre romperlo…

El silencio de un médico siempre nos resulta preocupante, nos inquieta… nos hace sentir un hormigueo en el estómago preguntándonos qué estará pensando… lo mismo ocurre cuando, de madrugada, vuelves a casa y no oyes nada… ese silencio, ese no ruido parece hacer del asfalto la cara empinada de una montaña por muy llana que sea la calle… el silencio permite que el tiempo pase más lento pese a las leyes de la física… permite que, cuando se produce entre dos amigos, pueda ser como hablar pero sin hacerlo… pero puede convertirse en un ruido incómodo cuando aparece en mitad de una conversación seria… silencio, por favor, al comenzar la función… segundos de expectación hasta que comience el show… el show nunca se acaba aunque se cierre el telón…

El silencio puede ser un sonido que se te cale los huesos y logre vestirte con un abrigo de invierno difícil de desabrochar… cuando implica una obligación… una condena… una desesperante espera… cuando es una fase más para unos títulos de crédito, ese “The end” que cierra un capítulo… cuando implica preguntarse sin que las palabras salgan de tu garganta… atrapadas… congeladas en ese ruido que te zumba en los oídos sin pausa… enciendes una vela, pero el silencio se encarga de hacer que esa llame se resista a apagarse aunque acabe haciéndolo…

Escribo esto desde mi propio silencio… el de una lengua de plata que se ha quedado dormida… con la voz atrapada dentro de mí… con un estómago de plomo… respirando profundo, sin suspirar… la vela se ha apagado… miro al mundo desde mi pequeño barco a través de esta ventana… ahí también reina el silencio…

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