Cuando abro la pestaña, no sé muy bien donde estoy… escucho la voz de mi tío a lo lejos, salgo de la habitación y casi toda la familia ya está en pie… son apenas las 9 de la mañana pero el sol calienta como si fuera medio día… el patio de flores que no pude ver plenamente por la noche se despliega… rosas, rojos, amarillos… los pájaros beben agua en la fuente, escucho unos gansos en alguna parte… en mitad de este momento absorto mío, llega el desayuno… “joder tío” se sienta a mi lado y me hace probar cosas que no sé ni de dónde proceden… están ricas, en algún momento fueron frutas… me advierten que me ponga crema para el sol… nos espera un día completo…
Después de pasar por la ducha, me veo subida en un 4x4… la primera parada, el observatorio astronómico de los muiscas… el pueblo indígena que poblaba estas tierras cuando llegaron los españoles… a través de enormes cilindros de piedra, lograban conocer los fenómenos del sol y de la luna… lo más curioso es que, para ellos, las noches de equinoccio eran un símbolo de que los dioses bajaban a la tierra, ya que el sol no se reflejaba de ninguna manera por estar en el punto más alta… y qué hacían? orgías… sí, tal cual… para ellos, el sol era un símbolo de fertilidad y de fecundidad… y mantener sexo en esos días marcados les abría una puerta a que los dioses se reencarnaran en ellos… mi cara de póker cuando el guía lo cuenta es absoluta… el terreno se llama “el campo del diablo”… se dice que los españoles de la época, mira tú la puntería, llegaron en uno de esos días y se encontraron a los indígenas dándole al tema… para darle todavía más empaque al tema, me fijo que todo el campo está plagado de enormes falos de tierra… unos apuntan al cielo, otros se meten en la tierra… para acabar de rematar, la guía nos cuenta que en este pueblo –que atesora la leyenda de El Dorado- no se llevaba ser virgen… el chamán se encargaba de solucionar este tipo de cosas –no era listo ni nada-, pero en el caso de los hombres era un símbolo de hombría mantenerse vírgenes hasta que se comprometían… igualito que ahora, pienso… lástima que esos antepasadísimos nuestros los aniquilaran a todos… nos habrían dejado un buen legado cultural…
Mientras mascullo estos momentos de la historia, a caballo entre la realidad y la leyenda, el sol ya me está pegando de firme en la cara… comienzo a estar colorada, pese a la crema y pese a todo… nos dirigimos al Ecce Hommo, un convento español situado en el desierto de la Candelaria… colgado en un risco, vive todavía pese al paso de los siglos y cada uno de sus aposentos recrea cómo se vivía en la época… me quedo fascinada, el suelo de la entrada está hecho con fósiles… caracoles, conchas marinas… curioso… donde ahora hay un vergel y un desierto hubo en algún momento un mar… cerveza en mano, seguimos con la excursión… los chicos de pie en la parte trasera del jeep, las mujeres conduciendo el enorme trasto… subimos una colina para llegar al Paso del Ángel… el comienzo de un cañón que se prolonga hasta donde se pierde la vista… sí, un auténtico acantilado desde el que se ve un río de color marrón… Juan Manuel me informa de que no está sucia el agua, sino que baja con tanta fuerza que arrastra tierra y minerales… el salto desde allí es increíble, pero es todavía más increíble la manera en la que el camino comienza a estrecharse… en un momento dado, sólo te cabe un pie delante del otro… y, a cada uno de los lados, una pared vertical…
Decidimos que aquello es demasiado para nosotros, y nos volvemos a tierras más pobladas… el museo de fósiles… nada más entrar, alucino… un bicho de más de 15 metros de longitud parece ser el tatarabuelo del cocodrilo, otro el del defín… le doy gracias a la evolución por no haber permitido semejantes dimensiones –ni siquiera en este lado del mar en el que todo es mutante- en la actualidad… caracoles, más fósiles… la lluvia amenaza, una tormenta de las de aquí –léase de las de cortina de agua- se nos está echando encima… para el trayecto de vuelta, cámara en mano, decido volver en la parte trasera… de pie, como lo hacen los campesinos… para poder ver a esas mujeres vestidas de mil colores recolectando en los campos… para poder ver a ese anciano vestido con sombrero y ruana en el hombro tirar de su burro… para poder percibir, todavía más, cómo es este Boyacá que me está gustando tanto… al llegar a casa, nos espera lo que aquí llaman puchero… con los 35 grados exteriores, aún así, me veo comiéndolo… te ponen un plato de caldo y, a la vez, otro plato con cuatro tipos de carne, repollo, patacones, arroz y fríjol… aquello es una bomba de relojería, pero todos llegamos hambrientos… me hago el lío entre la cuchara y el tenedor, todos se ríen… supongo que, a la inversa, yo haría lo mismo… después del café en el corredor, y de ver cómo la tormenta pasa dejando diez minutos de agua a todo lo que da, nos vamos de paseo por el pueblo… encuentro la foto perfecta, una mujer ataviada como se visten aquí... de negro riguroso, sombrero incluído, y camisa blanca... se presta a que le haga una foto... cuando la reviso en mi cámara, descubro que se estaba fumando un cigarro y que, en la otra mano, tiene un móvil... la tradición no está reñida con la modernidad, me digo... y sus ojos verdes y su impecable traje típico lo atestiguan... sonríe, me sonríe... no puedo evitar devolverle la sonrisa...
Alucino con las dimensiones de la plaza de Villa de Leyva… es como diez veces la plaza Mayor de Madrid, con el empedrado en perfecto estado… veo fuegos artificiales, me informan de que hay una boda en alguna parte… en estas tierras, todo se celebra con pólvora... son apenas las 6 y comienza a anochecer… los soportales de la plaza se llenan de gente, las cantinas comienzan a sacar sus terrazas y sus botellines de cerveza… la plaza se inunda de guitarras, yembés y flautas… cada islote del enorme lugar tiene su música, no puedo evitar pararme a escucharlas todas… un par de cantinas se convierten en lugares pintorescos... son centros de reunión de campesinos que, como no ruana en el hombro, van apareciendo... mientras mis tíos y Sonia se van a misa, los primos nos escapamos al bar de al lado de la iglesia… se llama Mr. Coquí, la rana “oficial” de Costa Rica… Juan Manuel ya está allí y, a lo tonto y desde ese segundo piso desde el que se ve toda la plaza, empezamos a pedir cervezas… el lugar es un simulacro de Andrés Carne de Res, tiene incluso una silla de barbero de las de antes… cerveza va cerveza viene, pasamos a los mojitos… cuando me lo traen, me quiero morir… la totuma –es la cáscara de una fruta, del tamaño de media sandía- reposa sobre dos herraduras unidas… ese es mi mojito, medio litro de licor y hierbabuena que sabe a gloria y comienza a hacerme reír… llegan mis tíos, José Manuel y yo vamos ya a por el segundo brebaje mágico… el garito comienza a llenarse de gente, la música sube unos cuantos decibelios… y, sin comerlo ni beberlo, me veo bailando salsa… sí, parece mentira pero me acuerdo de mis clases de COU en el Haddock de León… después, y al mismo ritmo que la segunda totuma desciende, pasamos al merengue… al ballenato… y ya, para rematar y cuando voy lista papeles, a la cumbia… mi primo dice que parece mentira que siendo europea se me dé bien bailar… nos quedamos sólos, la mitad de la excursión familiar se ha rajado… optamos por un último mojito mutante a medias… seguimos bailando… charlando de música, de cómo se liga en Colombia… de todo… mi tío nos echa el alto cuando Juan Manuel ya lleva 6 whiskies…
Volvemos a casa, no queda otra… cuando estoy saliendo del garito, un colombiano muy guapo me mira desafiante desde una esquina de la entrada, en mi caso ya salida… me sonríe, le mantengo la mirada… y me río, todo me hace un gracia horrorosa… con la excusa de sacarle una foto a un bus que se llama “la consentida”, salgo de allí… toca volver, no tenemos llaves… lo hacemos… tropezando en el empedrado… riéndonos hasta de nuestra sombra… hablando de lo humano y lo divino… vamos finos, sí… tratamos de mantener el tipo durante diez minutos con el resto de nuestra comparsa… nos esperan con la puerta abierta, dispuestos a dormir ya… cruzo los dedos para no tener espectáculo alacranero esa noche… mi cuerpo no podría resistirlo…
Y me meto en la cama… cansada, un poco borracha, morena de mi día de sol… contenta… tranquila… y, por algún estúpido motivo, feliz… y, pese a soportar un botellón toda la noche bajo mi balcón… pese a la música insoportablemente reaggeatonera que me toca sufrir de una emisora que, entre canción y canción, mete una sintonía como el sonido de un móvil… pese a escuchar una riña de enamorados que lloran, se juran amor eterno y se dicen cosas bonitas… pese al campesino que decidió pelearse con su burro en esa puta esquina, y no otra, de todo el pueblo… pese a todo, logro soñar… sueño, sí, un sueño bonito… dulce… de esos que hacía tiempo no tenía… sé que dormí con una sonrisa en la cara… tanto, tanto que pese a todos los ruidos nocturnos sé que dormí con una sonrisa… y, lo que es mejor todavía, no queriendo despertarme por la mañana… bendito mojito…