jueves, 9 de julio de 2009

Labios rojos

Hace un par de años tuve una compañera de trabajo con una extraña teoría… yo trabajaba como freelance para una agencia organizando un concurso de sumilleres… en una de esas tardes que nos fumábamos un cigarro en la cocina, ella soltó su perla ante la situación de otra compañera que tenía una entrevista de trabajo al día siguiente… píntate los labios de rojo, le dijo ella sentenciando con su acento gallego… recuerdo perfectamente su voz y su manera de decirlo… no entendí muy bien a santo de qué venía el consejo… me había dado cuenta de que ella siempre los llevaba pintados de ese color, sí… pero más allá de una mera recomendación femenina, por el tono, me pareció que quería decir algo más… seguimos fumando, siguieron charlando… y cómo buena adicta a las preguntas, hice la mía… curiosa gata, sí... a veces mata... pero quería entender el por qué de ese consejo para una entrevista de trabajo… ella me miró, me sonrió… los labios pintados de rojo por estúpido que te parezca, me decía muy seria, denotan seguridad… lo reconozco, me pareció una soberana gilipollez en el momento pero una teoría tan válida como cualquier otra… ha sido ahora, con el paso de los años, cuando he podido confirmar que es así…

Me desacostumbré a llevar los labios pintados por exigencias del guión… como buena observadora de este peculiar submundo de Madrid, últimamente veía muchos labios pintados de rojo… chicas con un look transgresor, diferente o sumamente convencional… daba lo mismo… la migraña que me taladraba la cabeza me pidió un tiempo muerto… y decidí –sí, un tanto suicida- pasear por Madrid bajo el sol de julio… caminé mirando escaparates, tratando de olvidar que sentía un clavo atravesándome el ojo derecho… como siempre, curioseé en Sephora… me encanta ver la cantidad de cosas que se inventan para que féminas como yo se vuelvan locas sólo mirando envases… y entonces la vi… una barra de labios roja… la miré con recelo… como si no me atreviera siquiera a probármela sobre la piel de la mano… como si aquello fuera demasiado para mí… yo que voy con mi bote de cacao a todas partes… lo reconozco, acabé picando… me vi comprándomela y pensando que no sabía si sería capaz de usarla… nunca se sabe, me dije…

Mi ojo seguía taladrado por ese dolor puñetero que, a veces, me recuerda que soy digna hija de mi madre… por la noche tienes que estar operativa, me repetía, has quedado y no vas a faltar… con la llegada de Yuste, comenzó ese intercambio de palabras salteadas que siempre mantenemos… conversaciones hiladas, deshilachadas… maravillosas por lo caóticas que son… nos planteamos un cumpleaños en vistas… ella no se sentía capaz, yo sabía que era una situación para plantearse con calma… tratamos de meternos en la mente de un hombre para pensar en la mejor alternativa… recordé ese principio Zen que me tiene mortificada desde que lo escuché… el arte de la no acción… yo porque estoy loca, le dije… no me apetece, la escuché contestar… no había más que hablar al respecto… ella se había aplicado el principio sin necesidad de escucharlo… es mucho más sabia que yo, sin duda… le conté mi cita en las terrazas de Arturo Soria con su consiguiente afirmación a mi pregunta de que algo tenía que arreglarme… y te pintas la pestaña, me dijo imperativa… refunfuñando subí la escalera planteándome qué coño tenía que ponerme para ir a ver a una amiga trabajar y a otra que me había visto hasta en pijama… vaqueros, chaleco negro… recordé mi barra de labios nueva… no lo pensé dos veces… me miré al espejo viéndome con cara de espanto… extrañamente bien, jodidamente rara… cuando bajé a que me diera el visto bueno, no sabía ni hablar… no era capaz de sonreír… era como si esa maldita pintura me impresionara aún no viéndomela… tras quince minutos, me despedí de ella en la puerta de su casa… me relajé mientras subía por Cea Bermúdez pensando que, antes o después, se iría… por qué no jugar a ser súper mujer de labios rojos por una noche, me dije… mañana volvemos a la vaselina de siempre… me reconcilié…

Y ahí comenzó a surgir un extraño fenómeno… por algún motivo que desconozco, realmente me sentí a gusto… cómoda… más llamativa de lo que solía… quizás nadie lo pensaba ni nadie me miraba, pero así es como lo sentía… el concierto terminó entre una cena y un café con hielo que me mantiene despierta en esta madrugada… uno que me tomé eligiendo un sitio de la mesa al que, casualmente, apuntaba esa luna llena que veo por esta ventana ahora… lo comentamos en el coche… Claudia y yo volvíamos a casa después de mucha charleta… después de sentir que le había hecho ilusión tenernos allí, aunque yo no llegara a escuchar ni quién cantaba… después de oír hablar de un viaje que sonaba a misterio y a sorpresa sonreído por mi pequeña bomba atómica particular… cuando dejé a Claudia en casa, que nadie me pregunte por qué, volví a pintarme los labios… sí, como una mujer profesional –pese a no haber aprobado nunca el curso-… aún sabiendo que ridículamente iba a llegar a casa en diez minutos para ponerme el pijama… recordé que no tenía tabaco y me encaminé hacia ese Volare que es más un antro de perversión octogenaria que cualquier otra cosa… sin haber llegado al paso de cebra, un coche de la policía paró… crucé dándole las gracias mientras el copiloto madero decía un “guapa” que hasta me hizo girarme… le sonreí, lo reconozco… cómo están los cuerpos del Estado, pensé poniendo un pie en el pub, qué mala es la caló… al llegar al portal, overbooking… la puerta estaba cerrada y el conserje de por la noche parecía no escuchar el timbre… un chico que siempre veo con su bicicleta llevaba un rato friendo el interruptor… me había fijado en él, lo reconozco, me gusta su manera de mirar y de sonreír… se habrá pirado, me preguntó con mucho cachondeo sonriendo… espero que no, le contesté, al menos tenemos tabaco…

Dicho y hecho… soltó la bicicleta y nos sentamos en la puerta… piti en mano, empezó a contarme que le encantaba salir a montar en bici de noche… yo le reconocí que había vuelto a casa por la Gran Vía porque me fascina esa estampa en la relativa oscuridad de Madrid… sonrió… a mí también me gusta mucho esa calle, me dijo, fue la que más me impresionó la primera vez que vine a Madrid… hablamos de dónde venía, de por qué estaba en Madrid… de sus planes, de aquéllas cosas que había venido a cumplir a esta ciudad… en esas el conserje volvió del baño y corrió a abrirnos… nos metimos en el ascensor, bici incluida… marqué el 6, le pregunté a qué piso iba… al cuarto, me sonrió tímidamente… tuve que bajarme en su piso para dejarle salir… 417, me dijo cuando volvía a meterme dentro de esa caja infernal que hace las veces de ascensor… por si un día necesitas cualquier cosa, me dijo… yo vivo en el 623, le contesté… 623, repitió sonriéndome llamándome como a un número, yo soy Carlos… después de decirle mi nombre, me dio los dos besos de rigor que se dan en cualquier presentación formal… si un día me invitas, me dijo, me paso a tomar café… café, me descojoné por dentro... la vida a veces es realmente muy, muy sarcástica...

Yo y mis labios rojos de mujer segura –gran teoría que escuché en una cocina- subimos los dos pisos restantes sonriendo… pensando en lo curioso que puede resultar un simple color… una apuesta… un quijotesco desafío personal como atreverse a hacer algo tan ridículo como pintarse los labios de rojo… seré ridícula, quizás… pero nunca dije que no lo fuera…

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