viernes, 28 de agosto de 2009

El día que el hombre que desayunaba payasos vio las estrellas

Si te apetece, me decía susurrándome mientras me acorralaba con relativo permiso, te llevo a ver las estrellas… cuando lo escuché me reí… la frase no era tan original, sin duda… pero nunca me la habían dicho de una manera tan descarada y con tanto arte sin conocerme de nada… sonreí… eran las 5 de la mañana de una fiesta “de prao”… sólo 24 horas antes, en el mismo escenario, había vivido una escena similar… una escena que acabó con una amenaza de esas que te recuerdan lo que es el orgullo… lo que implica ese lugar del mundo que no estás dispuesta a que nadie te invada y menos todavía de esa manera… me reí… un hombre, una mujer… un deseo, una negativa… una década de intentos fallidos por su parte… fue en las mismas circunstancias, sí… mismo lugar, una pared en la espalda… pero reconozco que en esta segunda ocasión, me encantó que fueran jodidamente distintas a la vez…

Acorralada contra ese muro, me reí del morro que le echaba a la vida… no paraba de sonreír… yo tampoco paraba de hacerlo… el juego estaba resultando divertido… es que esta mañana me he desayunado un payaso, me dijo muy serio… era claro… sincero… decía lo que pensaba y lo que quería sin ningún pudor… unas horas antes, me había tocado hacerle la cobra mientras nos servíamos una copa… no dudó en marcarse su primer ring del combate delante de todo el grupo de amigos… nunca habían intentado ligar conmigo de una manera tan directa… sin gilipolleces… me gustó, lo reconozco… me pareció jodidamente sincero… jodidamente vivo…

Mantuve el juego hasta el momento en el que los últimos que quedábamos de la pandilla nos íbamos de aquélla extraña fiesta… era de día… se acababan mis pasos de gata, realmente divertidos… quedábamos cuarenta personas en la plaza donde horas antes no se podía andar… él seguía insistiendo en llevarme a ver las estrellas… yo seguía muriéndome de la risa… eres un jeta, le decía muerta de la risa… pero te encanta, me sonrió él con mucha seguridad… touchée, había acertado… caminábamos hacia los coches, distribuyéndonos como hacemos cada noche para volver a casa cuando sales por estas tierras… mira que hay muchas portaladas, me decía mientras mi hermana y yo abríamos el coche… eres un pieza, le contesté cerrando la puerta… un amigo de otro pueblo, que había encontrado refugio conmigo para volver a casa, se moría de la risa… no se corta el chaval, me dijo descojonado cuando ya salíamos del pueblo… para nada, le dije sonriendo…

Como cada mañana post fiesta en este pueblo, tocaba pasarse por el bar a la hora del aperitivo… para comentar las batallitas de la noche… para reencontrarte con ese personaje que ya considerabas adorable y su cara de resaca… no pudo articular palabra… yo me despedía a mi manera de la rubia… entre el gentío del bar, contándole las novedades… era domingo, ella volvía a Bilbao… no me despedí de ella de verdad… nos había faltado mucho tiempo de estar juntas… de compartir nuestras largas charlas… quedaban cosas por contarnos… no puedo con la vida, me decía mi caradura particular… no me extraña, le dije, ayer ibas fino… nos reímos… volví a verle horas más tarde en el mismo lugar… estábamos sentados en la terraza… la gente comenzó a irse… sólo quedábamos tres... y en ese petit comité, comenzamos a charlar… el que era la noche antes el caradura más gracioso del planeta colgó las zapatillas para hablar de sus heridas… le escuchaba hablar sintiéndome identificada con su historia… escuchándole hablar de libertad… de dolores… de una larga relación terminada que le había permitido volver a vivir… algún día, le decía yo, también recordarás las cosas buenas… sonreía con una mueca… es difícil borrar el pasado… las pupas que te va dejando vivir, sentir… descubrí que más allá de su desparpajo y de su cara dura, era una personita peculiar cargada de ternura… un ser que trataba de paliar sus episodios echándole mucho morro a la vida...

Hacía una noche increíble… una de esas para mirar estrellas de verdad… nos subimos a la Valleja, pensé para mí... subimos a mirar estrellas, preguntó Ricardo... sonreí… diez minutos después, estábamos sacando las mantas de mi casa… no había subido en mi vida a mirar el cielo, decía Ricardo, y en el mismo verano subo dos veces… me reí… son cosas que pasan, pensé, cuando subes una vez a mirar el dibujo de estrellas siempre quieres volver… nos tumbamos a contemplar el cielo… a mirar esa mancha de estrellas que se ve con tanta nitidez en este micro mundo… Ricardo aplicó sus conocimientos adquiridos de Silvia en la subida que hicimos para ver la lluvia de estrellas… me sorprendió… le explicaba a su amigo –el caradura tierno- a la perfección cada constelación… realmente le había interesado nuestra excursión anterior al mismo lugar… se lo había aprendido con sólo escucharlo una vez… sonreí… me pareció mágico ese interés… esa frase suya de “no hay ningún cielo como el de aquí”… me reí… lo hay créeme, pensé, solo que tú como yo te has enamorado de este… mi caradura estaba completamente flipado… nunca había visto así el cielo, tumbándose a mirarlo sin más… jamás antes… con tanta nitidez, con tanta claridad… tan cerca de uno… tú querías ver estrellas, pensé para mí, y yo te las he hecho ver de verdad… me reí… nunca antes esa frase había tenido tanto significado… una estrella fugaz gigantesca cruzó el cielo… hasta eso tenía preparado, les dije con mucho cachondeo, os quejaréis del currazo que me he pegado que hasta con efectos especiales y todo…

Para cuando el frío del rocío de madrugada empezó a calarse en los huesos, optamos por batirnos en retirada e irnos a dormir… bajábamos la cuesta de la Valleja descojonados de la risa… Ricardo iba envuelto en una de las mantas y se montó un sketch de un vídeo que circula en Internet que parodia la manta mágica de “El señor de los anillos”… a la mañana siguiente, me tocaba despedirme de ellos… de ese amigo que ya no podía volver a venir por sorpresa y el hombre que desayunaba payasos… entre un café con leche y la percha mental esta que a veces me deja lela, les dije adiós con dos besos… sonrió… me encantó anoche subir a mirar el cielo, me dijo mirándome fijamente a los ojos, creo que nunca se me va a olvidar… reconozco que me gustó escucharlo… hay cosas que se regalan sin querer y que se guardan como tesoros… nos vemos pronto, dijimos los tres… en Madrid, pensé, aunque no haya este cielo… el mío de allí también merece la pena...

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