sábado, 29 de agosto de 2009

Una noche en la bolera

En este micro mundo existe un curioso deporte que ameniza las noches… los bolos... creo que es una de las tradiciones más añejas que atesora esta montaña… los recuerdo desde pequeña, cuando mi padre ganaba siempre algo en el torneo de las fiestas… una copa más grande o más pequeña que colocábamos en la cocina… él los disfrutaba aunque tuviera prohibido verle jugar… las bolas son de madera y, hasta hace unos años, implicaban un peligro bárbaro… era un deporte reservado sólo para hombres… las cosas han cambiado tanto, tanto que a día de hoy tengo que obligar a mi padre a que juegue una tarde con mis colegas… las mujeres jugamos, cosa impensable antes… los bolos ya no son para los mayores sino, más bien, el entretenimiento de los jóvenes… llegar al bar es escuchar el sonido de la madera chocando contra sí… un sonido característico que es casi banda sonora de estas noches que matan lo que queda de verano… los jugadores vociferan, no hay lanzamiento que no sea comentado… pero más que una tradición y un deporte, los bolos aquí son un punto de encuentro… un lugar en el que compartir tiempo, risas… comentarios ridículos, conversaciones interesantes… que estén al lado de ese bar que hace de motor vital de este lugar no es casual… simplemente, no podía ser de otra manera…

Salí de casa para tomarme un Nesquik y volverme a mi hogar con mi escayolada madre… al llegar, el sonido ya repicaba por toda la terraza a pesar que los altavoces escupían “I know you want me, you know I want you” a toda pastilla… me acordé de un amigo que ya no vendría por sorpresa más, era su canción… si a este lugar le midieran los decibelios cada vez que Alvaro se emociona, pensé, reventaría la máquina… me reí… le vi por el ventanuco del bar descojonado con su maldad del volumen… es uno de los seres más geniales que conozco, lleno de grandes ideas y de las gamberradas mayores del planeta pese a ser padre de familia… le pedí mi vaso de leche para paliar la noche de fresquito que nos tocaba vivir después de un increíble día de sol… dónde están estos, le pregunté… en la bolera, se descojonó, donde crees… absurda pregunta por mi parte, sin duda…

Me senté a mirar la partida que jugaban esos últimos amigos que quedan en este lugar… casi todos los años, somos los mismos… hay habituales, entre los que me encuentro casi siempre… como a ellos, me cuesta irme de aquí cuando todo el mundo se ha ido… vivimos el otro pueblo… es de las conversaciones largas, los planes alternativos… la calma sin prisa alguna, las cenas largas pasándole revista al verano… la de las tardes al sol… me senté con uno de esos amigos que lo son de una manera distinta… no sabemos nada el uno del otro durante el año, raro es lo contrario… coincidimos aquí, en las mismas fechas… todavía me río pensando que, cuando éramos adolescentes, no nos podíamos ni ver… para mí él era un quinqui, para él yo era la coñazo responsable… dos mundos que, por lo que sea, se han logrado entender… quizás porque él ya no es lo que era y yo tampoco… como siempre que le veo en este verano, le acaricié la cabeza… se ha cortado el pelo al dos… lo reconozco, acariciar una cabeza con ese pelo tan cortito es una de las sensaciones más agradables que conozco… empezamos a charlar sobre su Julieta particular… una con la que comparto sangre y muchas historias vividas… sois dos gilipollas, le dije riéndome con una cierta pena… qué quieres que haga Fati, me dijo encogiendo los hombros… ojalá tuviera respuesta, pensé, pero creo que tienes que encontrarla tú solito…

Después de sobarle de manera impenitente la cabeza, y de que él casi se quedara dormido, acabó la partida de bolos… la gente se fue marchando al bar… nos quedamos solos charlando… hablando sobre su nueva vida… no sé qué te ha pasado tío, le dije, pero no sabes cómo me alegra verte así… sonrió… con la misma sonrisa de siempre pese a ser distinto… centrado, adulto… tenía una nueva ilusión… a sus 28 años y siendo padre de un niño increíble de seis, se había matriculado en la Universidad… había dejado incluso de fumar… se había pasado seis meses de su vida enclaustrado… estudiar y salir a correr, me decía tajante… le escuchaba hablar sorprendida… sonriendo… escuchándole contarme una vida que empezaba de cero para sí mismo… Iker no puede venir este fin de semana, me dijo con pena… me reí… eras la última persona del planeta que yo me imaginaba de padrazo, le dije… sonrió con una ternura infinita, esa que sólo le da su eterna cara de niño… es su hijo… una réplica cada día menos pequeña de lo que es él… si os hubieran hecho con un molde de magdalenas, le dije, no seríais tan iguales… sonrió con la mirada perdida en alguna parte… sentí un poco de envidia de eso que él estaba sintiendo… eso que sólo te da haber engendrado una criatura… una noche de estas podías hacer una tortilla, me dijo de sopetón, Angel y yo llevamos todo el verano diciéndolo… sonreí… me debo a mis fans, pensé, no hay verano sin una de mis tortillas… todavía me hace gracia que, año tras año, me lo digan… y que, año tras año, cerremos el verano cenando en mi casa… somos seres de costumbres, pensé, pero eso es lo que nos une…

Me contó su examen para acceder a la Universidad… cómo lo preparó… cómo había descubierto algo distinto estudiando Historia del Arte… me llama la atención ir a ver sitios, me decía, ahora entiendo cosas… me alegró saber que sentía esa curiosidad… que había aprendido a mirar el mundo con otros ojos… me habló de ese libro de Anatomía que estudia cada noche y que le tiene acojonado… después de más de una hora de conversación, el frío y el sueño pudieron con nosotros… nos encaminamos de vuelta a casa… nos separamos en la misma esquina de siempre… siempre con el sonido del río y las manos metidas en los bolsillos… mañana te llamo para desayunar, me dijo mientras encaminaba la calle que le lleva a su casa… hecho, le contesté… los pocos metros que me separaban de casa, sólo podía pensar en él… en ese amigo que me había demostrado que una persona puede cambiar… buscar un nuevo horizonte… sentir ilusión… fijarse una meta… volver a empezar, supongo…

Mi madre estaba despierta… opté por tumbarme con ella en el sofá a ver la misma serie policiaca, enroscarme en una manta y tomarla a ella como almohada… había mucha gente en el bar, me preguntó… no tengo ni idea, le contesté, he estado toda la noche en la bolera… extraño lugar, sí… esquivando bolas de madera había descubierto ilusiones ajenas que sentí como prestadas… había sonreído con tristeza a la fatalidad de dos personas que, pese a quererse, quizás nunca logren estar juntas… había pasado tiempo con un amigo para conocer esos sueños que le daban de comer a su vida… tengo que hacerle una noche una tortilla a los chicos, le dije a mi madre en los anuncios, Marcos me la ha pedido…

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