viernes, 7 de agosto de 2009

Encuentros treintañeros

No me digas nada que no pienses, le dije, ya me han mentido demasiado… sonrió… no se me ocurriría, contestó… quizás sean estas conversaciones las que recuerden que, más allá de todo, seguimos siendo humanos… miraba sin mirar pensando en no hacerlo… con una cerveza y un amanecer que parecía no acabar de arrancar… la crisis de los treinta, decía él con mucho cachondeo, a mí me vas a contar lo que es… treintañeros, jodida y peculiar tribu que vive en este planeta buscando metas… estableciendo absurdos puntos de referencia que muchas veces no cumplimos y nos traen por el camino de la amargura… media hora después seguíamos en el mismo lugar… parapetados contra un trailer... hablando entre sonrisas de amigos compartidos… era el terror del barrio, me decía él muy serio… lo pensaba y me sorprendía… recordaba que había tenido una época realmente oscura, sí… pero de ahí a ser el broncas de Aluche iba un gran trecho… hablábamos entre sonrisas… entre el frío que él decía tener y que a mí me parecía absolutamente imposible sentir… era la mejor temperatura de una noche de fiestas de Burón que yo recordaba en los días de mi vida…

De una esquina se descolgó uno de esos grandes amigos que, de pronto, una noche me vio con ojos de hombre… pasé de ser amiga a mujer en un tiempo récord… una situación con la que, todavía hoy, no logro lidiar… una situación que me hace mirar con melancolía las largas tardes en las que pensé que los dos jugábamos en el mismo equipo… amigos, sin más… me escurrí por la esquina del amanecer para no tener que plantarle cara mientras seguía destripando verdades de las tres décadas… tus colegas empiezan a casarse, me contaba… a ser padres, me decía con cara de pánico… reconozco que me descojoné… si mi vida hubiera seguido siendo la que pensaba, le decía, probablemente ahora mismo yo también lo sería… lo pensé durante un instante… lo decía una mujer en ciernes de cumplir esos benditos treinta a las 7 de la mañana en mitad de una fiesta de “prao” después de haber bailado como una descosida toda la noche… sujetando una cerveza… con alguna que otra de más ya corriéndome por las venas… ebriamente sobria… sonriéndole a una sonrisa que me estaba gustando más de la cuenta... tenía que vivir esto, me dije, quizás por eso no ha llegado todavía el momento… seguimos estirando las palabras... y para cuando terminamos de hacerlo, la tensión las rompió... las acalló para sentir de golpe... para acabar con un silencio de esos cargados de vergüenza… de sonrisas que huyen… de ojos que miran… de manos que, de pronto, guardas en los bolsillos como si con ese gesto te estuvieras protegiendo de una situación que pese a conocerla de golpe no saber manejar… de piel de gallina con el fresco del amanecer y las sensaciones… me voy a casa, le dije de sopetón… él sonrió... me dejas a mí en la mía, me interrogó sonriendo de medio lado...

Conducía dejando que esa extraña luz de las mañanas de neblina se colara en mis pupilas para recordarme por qué me gusta tanto este lugar… miraba las montañas que enmarcan la carretera sintiendo ese “aire de mi pueblo” del que hablaba un amigo mío la noche anterior… sonreí… era un amigo compartido, el gran quinqui que yo desconocía… ante la llamada maternal llegaron las cosquillas… esas que te hacen comportarte como un niño que trata de mantener el tipo aún sabiendo que está cometiendo una maldad… seguí disfrutando de esa carretera… de esa conversación... de esas calles que ahora ya tienen asfalto –o, más bien, socavones- vacías… el pueblo dormía mientras yo estaba más despierta que nunca… estaba siendo una noche extrañamente gatuna… de saltos entre tejados… de maullarle a la claridad de la mañana… de estar en ese lugar del mundo que, por algún motivo, siento mi casa… oliendo la humedad que había dejado el amanecer... esa misma que hace que la tierra mojada se te meta por la nariz hasta las meninges haciéndote respirar más hondo todavía...

La conversación continuaba... sin parar de mirar, de respirar...de suspirar... como leí una vez, "fui, vi, vencí"... caí… me dejé vencer por ese carpe diem tan mencionado en todas partes entre sonrisas… entre escalofríos… entre miradas que te recuerdan lo que eres pese a no serlo… ojos, me decía como un piropo… dos, contestaba yo con mucho cachondeo… las horas se escurrieron y, para cuando me quise dar cuenta, era demasiado tarde... cuando cerré la puerta de mi casa me entró un ataque de risa… había logrado escapar en mitad de la claridad de la mañana en un auténtica operación digna de un guión de “007”… nunca antes 20 metros habían tenido tanta estrategia en su recorrido... caminaba por la calle escuchando cómo la persiana que yo misma abrí se cerraba a mis espaldas... sonreí, me reí... no sé por qué pero sabía que me miraría irme… y mientras me sentaba en este espacio vital mío a comprobar que mis costuras seguían bien atadas, llegó la llamada de un amigo… de un gran amigo de esos que viven lejos y que conoces desde siempre… pese a la distancia, al tiempo… estoy en un catamarán a 200 metros de la costa, me decía mientras oía la música electrónica por detrás, doy fe de que estas fiestas en el mar existen… se sorprendió de encontrarme despierta a esas horas… le hablé de esos pasos de gata… esta tarde te llamo bruja, me dijo, me lo tienes que contar con calma… al colgar, sentí que se alegraba por mí… por el rosario de emociones que yo sigo rezando como la más fiel creyente… credo, sí… es más que sano este cruce de caminos…

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