miércoles, 10 de junio de 2009

Gato negro, gato blanco

Había una vez dos gatos que tan sólo se miraban… mientras uno de ellos pasaba al lado del otro, tan sólo intercambiaban una mirada y algún que otro maullido… curioso, pensaba el gato blanco, sé interpretar esa sonrisa… lo recuerdo, pensó… quizás no haya sido en otra vida, quizás todavía tenga muchas completas por vivir de esas siete… el gato negro pasaba a su lado y miraba al gato blanco de manera desafiante… incluso, desde la distancia, solía mirarle cuando creía que el gato blanco estaba despistado… el gato blanco se reía para sí… te he cazado como a un ratón, ronroneaba, y me está gustando mucho tu juego…

Pasaban los días y los gatos cambiaban de escenario… diferentes árboles… el mismo camino muchas veces, otras distinto… pero al llegar la noche, los dos dormían en el mismo árbol… compartían ese espacio… permaneciendo como vigías, pendientes de cada movimiento… de un encuentro fortuito al cruzar de rama en rama… de compartir una luna de la manera más tonta y por mera casualidad… una de esas noches de luna, el gato negro acarició por equivocación al gato blanco… fue tan leve como la caída de una pluma de cualquiera de los pájaros que trataban de cazar constantemente… leve, tan leve, que pesó más el cruce de miradas posterior que ese ligerísimo roce…

En una de esas noches fresquitas de casi verano, surgió lo inesperado… un encuentro en la misma rama del árbol en plena oscuridad… al gato blanco le costó reconocer al gato negro… sintió la brisa de la noche erizándole la espalda… la rama se movía bajo las patas de ambos… quizás se rompería… o quizás no… debajo de esa luna… con las pupilas completamente dilatadas para poder ver… ver de otra manera, como sólo lo hacen dos gatos en la oscuridad… un ligero ronroneo convirtió la situación en un juego… y para ambos, aquello estaba resultando realmente divertido… esperar a que la rama se rompiera… con nocturnidad y alevosía… con nuevos olores que llenaban la noche… se sentían como si hubieran cazado al mejor ratón… a ese con el que todos los gatos sueñan… el que, de verdad, se considera un desafío…

Las noches de juego siguieron… una tras otra… esperando a que se rompiera la rama… escondiéndose en medio de la noche para disfrutarlo… saltando levemente para tratar de acelerar el proceso… se iba a romper… pero podía ser o más tarde o más temprano… era cuestión de tiempo… y ambos, como buenos gatos, eran capaces de calcular a la perfección cuando sería… se reían de la situación… de traspasar los límites del juego tan sólo por el mero hecho de jugar… inventando pequeñas picarescas para tratar de hacer el juego más divertido todavía…

Y la rama se quebró… y mientras el gato blanco permaneció sobre la rama, el gato negro salió disparado hacia abajo… estaba en el lago equivocado de la rama cuando llegó el momento… esta vez, le había tocado a él… el juego, simplemente, era una cuestión de tiempo y ambos contaban con ello… el gato negro cayó sobre unas ramas más abajo… buscó su lugar… colocó su tripa contra la rama para sentir seguridad… y, en plena oscuridad, sus pupilas volvieron a dilatarse para acostumbrarse a la noche… para poder volver a ver, aunque fuera en la distancia… aunque tan sólo fuera por el mero hecho de mirar… con un ligero ronroneo… estudiando la estrategia para volver a trepar ese árbol… para volver a comenzar con el juego…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué grande!!! es maliciosamente sutil.
Miau