jueves, 18 de junio de 2009

Se alquila: ajardinado, luminoso y sumergible

Tengo que reconocerlo: estaba yo muy desubicada en cuanto a la búsqueda de pisos de alquiler… sí… esto de tener siempre un mismo techo tuyo te evita, en gran medida, vivir ese tipo de trances… una espada de doble filo, que nadie se engañe… pero por motivos de la vida ahora soy acompañante en la búsqueda intensiva de pisos… mi nueva compañera del barco pirata anda buscando su propio espacio vital… y, por algún extraño motivo, decidí acompañarla en su primera visita de verdad a un posible hogar… ahora lo pienso y me descojono… menos mal, pensamos las dos… salimos de casa hechas dos brazos de mar… el “arreglá pero informal” iba a ser nuestra carta de presentación con el casero… por lo que vimos en las fotos, nos gustaba el piso… pintaba bien… loft ajardinado, luminoso y con encanto… es un hombre o una mujer, le pregunté antes de salir de casa… un hombre, me contestó ella… decidí llevarme un pañuelo de los míos para taparme el escotazo del vestido… si la cosa se ponía fea y el piso nos gustaba, siempre podía utilizar mi airbag delantero como señuelo para convencerle… armas de mujer, dicen algunos… no lo creo… se llama aprovechar los recursos naturales…

Siguiendo las indicaciones del Tom Tom, llegamos en nada… atardecía un día de verano de calorcito en Madrid… al llegar, recordé que una amiga perdida vivía por allí… mira hay árboles, me dijo mi nueva compañera de piso, eso me gusta… nada más bajarnos del coche, comenzó la aventura… habíamos acordado dejarle una llamada perdida al casero… un señor de mediana edad nos observaba mientras Claudia trataba de que el tipo contestara al teléfono… si vienen a ver el piso, nos dijo él, el hombre está por allí… le agradecimos la indicación a la par que un personajillo hacía acto de presencia… los pantalones a lo papuchi, subidos hasta el infinito o más allá… unas gafas que debieron pasar por última vez por algo que las limpiara el siglo pasado… llevaba la raya al lado… seseaba y sonreía al estrujarnos la mano mirándonos de arriba abajo… menos mal que me he puesto el pañuelo, pensaba mientras nos metía por una especie de callejón, esto no me está gustando nada…

Al entrar en el supuesto “jardín comunitario” –menudo eufemismo del anuncio de Internet-, comenzó a incomodarme la situación… aquello parecía más un secarral de Almería, de esos donde se rodaron los westerns más famosos de Hollywood… si le sumábamos la basura que se veía y el olor, la cosa empeoraba más todavía… añadido nos había salido otra posible inquilina… una chica morena que, por cómo hablaba, debía ser de algún país del Este… caminamos por ese extraño jardín que debió ver el agua por última vez en alguna glaciación prehistórica… y, contra todo pronóstico, llegamos a la puerta del hogar que de dulce no tenía nada… es aquí, dijo el extraño casero de una manera casi diabólica… aquí eran tres escalones que parecían la bajada a un sótano… el supuesto loft no dejaba de ser un bajo muy bajo…

La primera en la frente, el armario para –supuestamente, no lo olvidemos- guardar la ropa al venir de la calle… era un esquinazo de ese mini espacio que decía ser el salón cocina… ahí no te caben ni las tangas, pensé para mis adentros, y este tío está empeñado en que es para colgar abrigos… cuando nos enseñó la cocina –un metro más allá del presunto armario- flipé… si abrías la nevera, te chocabas contra la lavadora… este sitio no es para cornudos, pensé mientras miraba los escasos centímetros que separaban la cabeza del techo… están los electrodomésticos nuevos, decía él tan orgulloso… la cara de Claudia era un poema… yo trataba de contener la risa mientras el casero decía que él siempre tenía casas monas… define mona, pensé, porque esto más bien es el zulo donde Ortega Lara pasó su cautiverio… mientras lo pensaba, Claudia y el extraño hombre habían subido a la segunda planta… quieres subir, me dijo ella muy seria… la excusa de que se me daban mal las escaleras no sirvió… subí… el futuro me deparaba más sorpresas… una habitación que, si saltabas de la cama te dabas contra la puerta… y tiene escritorio, decía el tipo, a mí siempre me gusta que tengan escritorio… el supuesto escritorio era una tabla bajo la ventana que, por cojones, hacía las veces de tal en caso de que estuvieras sentado sobre el colchón… otro armario de esos imposibles estaba ahí dispuesto a ser revisado… ese tiene incluso baldas, decía mirando por encima de sus gafas con un gesto de perversa placidez… si ya lo abrí, decía Claudia con mucha dulzura… el súmun de la locura llegó tan solo segundos más tarde… en el baño podías estar sentado en el WC, lavarte los dientes y bañarte los pies todo a la vez… qué bien está aprovechado el espacio, le dije en mi papel de perfecta relaciones públicas con mucha ironía… verdad, contestó él interrogante, y además hay ventilador… miré al techo, el colmo de mi sorpresa… el tamaño del ventilador era completamente desproporcionado con la casa… coño enciendes eso, pensé, y el Mitch se queda en pelotas comparado con lo que puede pasar en esta casa… decidí bajar, teníamos que huir de allí…

El extraño ser nos pidió un cigarro que decidió fumarse de medio lado y de manera ansiosa mientras nos escudriñaba tras sus limpísimas gafas… está recién pintado verdad, pregunté yo por paliar la cara de horror de Claudia… sí es que hubo una fuga de agua en la finca de al lado, me explicaba, y la casa se inundó entera… no veas qué lío con los hongos y las humedades, me decía apurando el Lucky que le había dado… cojonudo, pensé… cualquier día despiertas y simplemente te llega el agua al cuello… eso sí, puedes sacarle un rendimiento de la ostia como criadero de setas… pero como tiene tanta luz, dijo él muy orgulloso, secó rápido… la “tanta luz” era un ventanuco tan grande como esos maravillosos armarios que ni en una película de Tim Burton pueden existir… desde el salón se veían los pies de quién pasaba… en la habitación la luz era de coña… un zippo brilla más que lo que entra en esta casa, pensé… hemos de irnos…

Y cuando ese momento llegó, el esperpento alcanzó cotas inauditas… Claudia de golpe ya no estaba en la misma habitación… a mí el pañuelo se me quedaba corto para taparme la poca piel que se me veía… los ojillos viscosos me escrutaban detrás de las gafas llenas de mierda… trabajas en el teatro, me preguntó él mientras ya casi se fumaba el filtro… no qué va, me reí yo… en el teatro… me hizo gracia, lo reconozco… no me veo yo pinta de actriz, pensé, será que el pañuelo me da un aire dramático… y en qué trabajas, me preguntó con esa sonrisilla sibilina y perversa… soy periodista, contesté mientras Claudia me miraba con mucho cachondeo… mientras él trataba de averiguar para qué medio, Claudia preguntó algo que desvió su atención… estoy mirando más pisos, dijo ella… seguro que hay algunos que son auténticos horrores, contestó él… casi ardo por combustión espontánea en ese momento… el tipo tenía el valor de decirnos algo así… el mismo que hablaba de 35 metros cuadrados en los que moverse resultaba material para un reportaje de “Al filo de lo imposible”… si alguno que otro, contestó ella con una ironía que él fue incapaz de notar… volvió a preguntarme que dónde trabajaba y optamos por una retirada… nos achuchó la mano al irnos y, mientras salía de ese zulo que él llamaba loft, miré a la pobre chica que esperaba fuera… empiezo a creer que no vas a salir entera de aquí, pensé para mis adentros mientras nos alejábamos…

El terror nos invadió al salir… sí… estamos seguras de que el tipo no ha vuelto a pintar sólo por la inundación… ahí alguien que haya vivido ha tenido que hacerse el harakiri, eso está claro, y debió ponerlo todo perdido de sangre a modo de venganza… nos reíamos en lo que le decía a Claudia que, desde ese momento, me sentía Kevin Costner y que bajo ningún concepto iba a mirar un solo piso sola… en la calle, cuatro tipos descamisados jugaban a las cartas sobre una mesa de publicidad de Coca-Cola plantada en mitad de la acera… fuimos la atracción del barrio, como para no… comentábamos el anuncio mientras yo le decía a Claudia que ese tipo era de los que se te colaba en mitad de la noche en casa y acababa mirándote desde la esquina de la habitación con los pantalones por los tobillos… nos reímos… otro Expediente X más para la colección, pensé…

Sí, huimos… y no sólo eso… vetamos el barrio para futuras prospecciones… mientras divagábamos sobre el casero psicópata y sobre ese maravilloso loft que, además, era auténticamente sumergible…

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