
Al entrar en el portal, el conserje nuevo me dio el alto… no compras pizzas hoy tú, me preguntó… me informó de que el Telepizza tenía una oferta de 1 euro la pizza… le di las gracias por la información… él me explicó que había mandado a un compañero a comprarle algunas… las congelas, me dices, y para una noche que llegues cansado es meterlas en el horno… me hizo gracia el planteamiento y, más que eso, estar hablándolo con él… se sabe mi nombre desde el principio… le pregunté el suyo… Alí, me dijo, y tú te llamas como la mayoría de las mujeres de mi país… me hizo gracia… no podía esperar otro comentario de un hombre con nacionalidad marroquí… empezamos a charlar… él me contó que llevaba 29 años ya en España… que nunca había tenido un problema con la policía… ni me han pedido los papeles, me decía, nunca en todo este tiempo… le conté que una buena amiga mía pensaba que era italiano, se rió… tan sólo le patinan las “r”… por lo demás, bien podría ser de aquí… en este edificio, me decía con un poco de pena, no me quieren mucho porque soy de donde soy… a algunos propietarios no les gusta, aseguraba, pero yo hago bien mi trabajo que es por lo que me pagan… le miraba y pensaba qué malos son los prejuicios… qué malo es juzgar a todos con el mismo rasero…
Sin saber ni cómo, me preguntó si había estado alguna vez en Marrakech… le dije que no, aunque Marruecos era uno de esos viajes que –junto con Buenos Aires- hacía mucho tiempo que tenía en mente… me habló de cómo era el zoco… de lo buenas que eran las especias de allí… de los olores, los sabores… del Rif, de Chauen… de poder dormir por 1 euro en un sitio limpio… del Sáhara, un lugar que no conozco pero que me despierta sensaciones de apego que adquirí por genética y que quiero vivir de manera real al menos una vez en mi vida… una vez al mes me bajo, me decía mientras me explicaba que ahora ya hasta el verano tenía que quedarse en Madrid… tengo dos hijos, me dijo, bueno en realidad son de ella… me contó que le preocupaba el mayor… ya tiene 16 años y quiero que venga aquí a estudiar… me habló del ritual del té... te traeré la próxima vez, me dijo... sólo si me lo cobras, le contesté... allí no vale nada, se reía, y tú eres la única persona de este edificio que sonríe así que será un regalo... me habló de su cigarro de cada noche de hachís, de que sólo fumaba en su casa y antes de dormir… me contó que vivió en Canarias y que, en Madrid, los pisos eran muy caros… me habló del desierto, del mar de Marruecos… tenemos muy mala fama, me dijo, pero un marroquí no es malo… si vas allí, me decía ilusionado, avísame y te anoto en un papel donde ir y donde comer para que te traten bien…
Después de un cuarto de hora, había viajado sin salir del portal de Galileo a otro lugar… en su voz se escuchaba la ilusión, lo mucho que le gustaba su país… no me hizo falta preguntarle por qué llevaba tanto en España… mi ciudad está al lado de Tánger, me dijo, pero allí no hay con qué comer… algún día, sonreía, volveré a vivir a Marruecos… cuando sea más viejo, cuando ya no pueda trabajar… Alí, me repetía, tanto tiempo diciéndole “hola” y “hasta luego” y nunca le había preguntado su nombre… ahora, sin quererlo, sabía incluso un poquito de su vida… de sus sueños, de la ilusión de traer a un hijo que medio consideraba suyo sin hacerlo a estudiar a Madrid… de volver a sus orígenes algún día… me despedí, me esperaban una nota de prensa y las ganas de meterme en la cama… hasta mañana Alí, le dije, ahora ya sé cómo te llamas… hasta mañana Fátima, me contestó, yo sí sabía cómo te llamas tú… tienes el mismo nombre que la hija del profeta, se rió…
Metiéndome en el ascensor, sonreí… a veces ser un poquito más rico es cuestión de prestarle tiempo a otra persona… de compartir un ratito de nada, de dejarle contar su historia… y, por algún extraño resorte, la gente me despierta la curiosidad… cada persona tiene su cuento, el de su vida… su micro mundo… este monstruo de hormigón encierra tantas pequeñas vidas… probablemente, a nadie le importan… pero a mí, de alguna manera, todas me parecen grandes historias…
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