jueves, 7 de mayo de 2009

De terrazas, tontos sin fronteras y dragones

Lo mejor de la llegada de la primavera en Madrid es que las aceras se inundan de terrazas… y por algún motivo neuronal, todos nos volvemos locos por tomar algo en una de ellas… disfrutando de la calidez de la noche aunque sea sobre el asfalto… aunque sea en medio de este monstruo de hormigón… te dan un poquito más de libertad… te almohadillan la angustia que provoca, en gran medida, vivir en esta ciudad… es tan maravillosa como odiosa… la adoro y la odio a la vez… pero una caña fría en una terraza te permite hacer durante un ratito las paces con ella…

Quedé con Yuste en la mitad del camino entre nuestras dos casas… desde la época de la residencia, hace más de una década, siempre hemos vivido cerca la una de la otra… yo me he refugiado en su casa cuando el mundo se me caía encima, ella había hecho siempre lo mismo… es curioso… nos vemos poco, hablamos poco… pero cuando hacemos falta, siempre estamos ahí… sendas BlackBerrys en mano, bajamos la calle buscando una mesa libre… qué mona te veo, le dije… Lope dice que me he vestido de perro flauta, me sonríe, pero eso sí perro flauta pijo… me descojono… le miro las perlas de las orejas… si algo tiene Mar es que es un espíritu de contradicción… pese a su apariencia y a su vida, tiene cada ramalazo de rebeldía que a mí todavía hoy no dejan de sorprenderme… nos sentamos sin parar de rajar de los problemas de las relaciones… pedimos dos cañas y dos vasos de agua… le pasamos revista a la crisis existencial que le está cayendo de rebote y que la tiene al borde de su propia rosca…

La odisea de conseguir que nos pusieran unas patatas se convirtió en un entretenimiento… todas las mesas tenían aperitivo menos nosotras… Mar se quejaba de que no nos habían puesto nada, yo montaba mi peculiar show… al cabo de diez minutos, y pese a cambiar de tema, no pude soportarlo… tenía que pedirle a esa camarera que estaba pasando de nosotras olímpicamente unas patatillas… tal cual, se las pedí… Mar se descojonaba desde la mesa, colorada como un tomate… la próxima no nos la tomamos aquí, me decía descojonada, me ha caído mal esta tía… pasamos revista a mi vida… a mis noticias, a esos artículos que a veces nos traen por la calle de la amargura… llegó una chica, guitarra en mano, acompañada de su perro... comenzó a cantar la canción de Alfonsina y nos embelesó con su voz... empezó a contarle su vida a las chicas de la mesa de al lado... que tenía dos juicios pendientes... estaba embarazada... le dimos un euro, nos encantó su manera de cantar... nos dio las gracias y se marchó calle abajo...

Abandonamos la terraza maldita no sin descojonarnos vivas… es curioso, pese a hablar de las cosas más serias del mundo siempre acabamos despolladas de risa por algo… de golpe recuerda la lista de adaptaciones cinematográficas que ha estado leyendo en la oficina… después de escuchar salir de sus labios “Por qué si no soy Curro Jiménez tengo este trabuco” no hay vuelta atrás… nos contemos lo que nos contemos a partir de ahí, me acordaré 200 veces de la frase y no podré parar de reír… después de un kebab y acordar que echábamos juntas esta semana el Euromillón, nos fuimos al parque de la iglesia de al lado de casa… la noche invitaba a compartir tiempo en un banco… a charlar hasta que su novio viniera a recogerla… hablábamos de la incapacidad de asumir los errores… de la culpabilidad que a veces sentimos sin motivo real… de todas esas cosas que nos echamos a la espalda por una razón de fe… me decía que no entendía mi paciencia… me tuve que reír… querida ser miembro de “Tontos sin fronteras” realmente no tiene límite… nos echamos a reír… qué chungo es ser un encefalograma plano en sentimientos como el rencor o el odio… yo tampoco lo entiendo, le dije, pero así es…

Estábamos en esas cuando su novio llegó… les despedí… le habíamos pasado revista al mundo tratando de entenderlo un poquito más… tratando de comprender el por qué de las cosas… de esas cosas que nos escocían, en mayor o menor medida… nos habíamos llorado muchas veces mutuamente, pero sobre todo nos hemos reído mucho más juntas… de nosotras mismas, de tonterías absolutas… Madrid y un campo de batalla –nuestro colegio mayor- nos unieron hace muchos años… y las dos seguimos en el mismo lugar… ella procedente del mar, yo de tierra adentro… ella viéndose para siempre aquí, yo cuestionándome que así sea… entre caña y caña, nos reconciliamos un poquito gracias a una noche veraniega de jueves en el enorme dragón que es esta ciudad…

En alguna parte escuché que los cuentos de hadas son reales… en ellos, los dragones existen… y en la vida real, se lucha para vencerlos…


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