martes, 5 de mayo de 2009

Flores entre la basura

A veces cuando el mundo se pone en contra tuyo, cuando parece que otra pincelada más te pinta las cosas de un color todavía más oscuro… cuando crees que el frío se apodera de tu mundo… en esas ocasiones, una oleada de calor te permite volver a sentirte humano… volver a sentir… volver a volver, quizás… a los orígenes, o no… al principio… a una amistad que perdura pese a los años … pese a que cada una tenga su rumbo… su propia existencia… mundos distintos, cabezas distintas… corazones similares…

En medio de una de esas tardes en las que, pese al sol, no logras sentir el calor llegó una llamada que me salvó de las tinieblas… era esa amiga de toda la vida… esa que, desde los 3 años, me acompaña sin hacerlo… ella necesitaba huir de su propio mundo, yo del mío… nos sentamos, como tantas otras veces, en una terraza de Pintor Rosales… hacía una tarde de sol casi veraniego… la pequeña Paula ocupaba su silla… al menos ya no lleva la escayola, pensé, pero pese a todo cada día es más bonita… bromeé con su madre sobre la suerte que estaba teniendo de tenerla así de atada con la prótesis que lleva… algo que ella misma corroboró cuando la niña tiró todas las cosas que había sobre la mesa… no puedo regañarla, me decía desesperada, cada vez que lo hago se descojona… pude verlo con mis propios ojos cuando su madre la reprendió por lanzar su móvil contra el suelo… me encantó el gesto de rebeldía… el mundo le importa un pito, pensé, tan sólo es una niña… y tiene esa bendita inocencia de no saber… de no entender lo que no quiere… de no sentir dolor, tristeza… pena… nostalgia…

De golpe mi compañera de vida -más que una amiga, una auténtica hermana- se destapó… tiró de la manta de su vida… se rasgó la camiseta para enseñarme las entrañas… me habló de que le resultaba insoportable sentirse enfadada… de cómo la responsabilidad la desbordaba convirtiendo su día en una auténtica maratón… mujer, trabajadora, madre, esposa, cuñada, hija política… demasiados cargos para una persona… me habló de esas heridas de la convivencia… me lo contaba como nos habríamos contado a los 18 un problema con un novio… distaban tantas cosas con respecto a esa edad, pensé… ella es madre y yo sigo habitando en este barco pirata…

Por recomendación de su marido, nos fuimos a cenar… qué planazo de golpe para un martes, me dijo ella mientras él cargaba a la niña en el coche… nos reímos, aunque yo sabía que aquélla broma le estaba doliendo… caminamos por la plaza de Ópera… miramos en una tienda de plantas, le hablé de mi nueva orquídea… de la boda, de los momentos infantiles que de vez en cuando ponen a prueba que tienes casi tres décadas… es que somos mayores, me decía ella mientras nos tomábamos un té moruno en un sitio al que sólo he ido con ella… tenemos casi treinta, decía muy seria… treinta, pensé yo… esa edad en la que quieres tener las cosas claras… una edad maravillosa para marcar un rumbo… un destino… el suyo pasaba por una tormenta… me reí… te acostumbrarás a las olas de seis metros querida, le dije con mucho cachondeo… como dice la rubia, a todo te acostumbras en esta vida… lástima… somos demasiado poco rebeldes… demasiado poco reivindicativos… somos esa generación que ha perdido las ganas de luchar…

Decidimos cenar en un sitio que a las dos nos encantó sólo por la estética… Vodka&Blinis, un sitio ruso en rojos y negros… a ella le habían hablado de él, desconocíamos de qué iba pero nos apetecía intentarlo… a las dos nos encantó al entrar… la penumbra, la iluminación única de las velas en las mesas… pedimos al azar mientras seguía destripándose las tripas… mientras yo trataba de hacerle entender que tan malo es para el caos el orden impoluto como a la inversa… enseñándole ese otro lado del mundo que ella no conoce… a un lado de la mesa, la racionalidad en estado puro… al otro, el ser más visceral del planeta tierra… un ring con dos polos contrapuestos… pero, por algún extraño motivo, complementarios… ella me ata los pies a la tierra, yo permito que los levante… abrimos la caja de mis recuerdos… me dejó hablar, decir… sentir… a veces se reía, otras me miraba con tristeza… en su mundo de orden impoluto y pese a todo lo que yo estaba diciendo, me incitó a cometer una locura… una de esas que pueden ser como la bomba de Hiroshima… en esta vida hay que luchar, me decía, y nunca hay que tirar la toalla… aluciné… acababa de ver en ella una parte del mundo en el que yo vivo… de ese en el que el corazón pesa más que cualquier cosa… ese en el que se cree en el peso de los sentimientos sobre todo lo demás… ese lado del mundo en el que se siente que todo es posible… que nada es falso ni extraño… ese en el que es, únicamente, cuestión de sentir y de mirar… alguien tiene que saber, me decía, no tiene lógica alguna… ella entendía mis preguntas sin respuesta… creo que, en mi piel, se haría las mismas…

La acompañé hasta la puerta de su casa… bostezaba… de golpe la vi más mayor… madre quizás… lejos de todo, éramos dos amigas de toda la vida compartiendo una noche de martes… con palabras… miradas… risas y heridas… nos pusimos las tiritas mutuamente… sin necesidad de decir “hablamos” al despedirnos… tan sólo sabiendo que, en nada, lo haremos sin necesidad de nada… me gusta el calor que me da sin darme... me gusta sentir que, estando con ella, todavía es posible ver crecer flores entre la basura...

1 comentario:

Anónimo dijo...

FATI, es un lujo conocerte. Si, cuñada, pues tu enana también ve en ti una hermana. Ese hueco que siempre añora y que tu, a tu manera, has ido llenado desde los tres años con inocencia y mucho respeto. Hoy la nostalgia os une mas que nunca y eso es bueno y, qué coño, muy SANO. Me gusta ver que esas flores que ves crecer entre la basura sea de la mano de la peque. Gracias por regalarnos la amistad, el cariño y la familiaridad que dan vida a estas flores.