lunes, 11 de mayo de 2009

Volver a cocinar con nuevas recetas

Saqué de la vitrina ese mantel que sólo uso cuando viene alguien a cenar a casa… lo coloqué sobre la mesa pequeña… estirado, impoluto… finas rayas de hilo blanco sobre tela negra… me encanta ese contraste aunque sea de esas personas que sienten que los grises son los dueños de la vida más allá del monocromo… que nada es tan claro, que todo tiene matices… saqué una copa de la misma vitrina que, todavía hoy, no quiero tener… fue idea de mi madre y, a la hora de la verdad, es un lugar ideal para guardar muchas otras cosas que no son cristalería… en la primera balda reposaba la vajilla de mis ocasiones especiales… platos cuadrados, negros y blancos… por qué no, pensé, un día es un día…

Coloqué la mesa con un solo servicio… perfecta, como me gustaba ponerla cuando celebraba algo especial… cuando la comida merecía ser disfrutada por el motivo que fuera, real o no… a veces ponerle ilusión a un día cualquiera es tan sencillo como tratar de convertirlo en algo excepcional… es una cuestión de actitud, me dije mientras colocaba el mantel para evitar que hiciera un pliegue… mirando la mesa preparada, recordé que tenía una olla puesta en el fuego… después de mucho tiempo, he vuelto a cocinar… da lo mismo si se trata de algo para salir del paso o de la receta más elaborada… me gusta perderme en esa minúscula cocina… inventar cosas nuevas… mezclar sabores con los que, hasta ahora, no había experimentado antes… probar a hacer cosas distintas… sobre todo, porque después de tanto tiempo de inactividad, todas esas buenas recetas que antes hacía se me han escapado de la mente… me reí de las circunstancias, de esas cosas que dejas de hacer porque no te das cuenta sin más… hace poco, una buena amiga vino a verme… es la primera vez que cocinas en todo este tiempo, me dijo… tú que siempre cocinabas y te gustaba es la primera vez que lo haces… cierto… demasiado tiempo sin mimar estómagos… sin meterme en ese espacio reducido que permite dejar la mente en blanco y, simplemente, dejarse llevar por los olores…

Mi mesa romántica sólo para uno estaba lista… no extrañé tener partenaire… a veces, y más en singular, se aprecian mejor las texturas y los detalles… para cuando me senté a comer, el olor había inundado el salón… de una manera discreta, sí… pero auténtica… olía a casa, sabía a casa… respiraba casa… siempre he pensado que el placer de una buena comida, sea la que sea, ayuda a poner tiritas en el alma… ayuda a reconciliarse con un mundo durante un rato… siendo capaces de saborear un pedacito de algo que nunca más sabrá igual… aunque lo intentes, dos sabores nunca son iguales… la mano de quien cocina siempre se nota, tanto para bien como para mal…

Estaba pensando qué cocinar cuando algo rompió mi rutina... algo tan aparentemente inofensivo como es un mail… un mail que ha roto mi rutina de no escribir nunca de día... un mail que me ha hecho recordar que quería escribir sobre mi retorno a la cocina, un territorio abandonado durante demasiado tiempo... leyéndolo me he dado cuenta de que había vuelto a cocinar de muchas maneras… he vuelto a hacer una de esas cosas en las que siempre ponía el alma… las ganas… la ilusión de que estuviera rico, que gustara… que supiera a algo distinto… quizás sea egocéntrico, pero creo que cualquier persona al cocinar quiere dejar un poco de sí… y, quizás, esas ganas que siempre le he puesto a meterme entre fogones es lo que hago con este espacio… con esta “Sopa de Fátima” que a mí me reconforta… que me permite, como dice Iñigo, irme a la cama tranquila con la mente vacía y el estómago lleno… sopa, sí... pese a ser fan absoluta y entregada de Mafalda... no sólo por su irreverencia sino, fundamentalmente, porque odia la sopa tanto como yo... pero no se me ocurre una comida mejor para tratar de contar lo que es mi vida...

Quizás por eso, os paso la descripción de esta receta… una descripción que no es mía pero que me ha hecho emocionarme al leerla… me llegó en un mail desde el mar… en una sorpresa que el remitente catalogó de “intromisión”… jamás, lo que se hace con el corazón nunca lo es… aunque quien lo reciba carezca del sentido del gusto para apreciarlo… y, por algún motivo, el mío está super desarrollado...

“He degustado tu sopa saboreando cada cucharada con deleite. A distintas horas. Reconociendo algunos ingredientes. Intentando adivinar otros. Y tiene un sabor especial. Un sabor de buena cocinera. De las que saben de condimentos y de buenos platos. De las que hacen de todo y manejan la buena cocina. Es genial, no se acaba nunca y pese a la cantidad que te tomes, no empacha. Quita el hambre, da calor, reconforta y yo, que soy buena comedora, sé valorarla porque desprende cariño y mucho corazón. No dejes de hacerla. De verdad te digo que es un placer ponerse un poco cuando apetece recrearse en los sabores. Y a ti te sale como nunca la he probado”

De corazón, un millón de gracias por saborearlo así... por haberme contado en esa boda en la que te encontré hace poco que me leías... por emocionarme en esta mañana... por sentir así la receta que describe esta extraña sopa... por haberme obligado a escribir sin esperar a que salga la luna...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias a ti por haber entendido mis letras de esa manera porque a mí también me emocionó que las sintieras así.

Simplemente quería que supieras que en este mar donde estoy, que no es el mío, también puedes encontrarme.

Un abrazo enorme desde la luna de Valencia.