jueves, 8 de octubre de 2009

Una tarde con Emilio

Cuando me llamó, tan sólo me hizo falta escucharle decir mi apellido… después de un año sin escucharnos, siguiendo sus pasos vitales a través de Facebook… la última vez que lo hicimos fue cuando se iba a Nueva York… nos vemos en la Gran Manzana, ponía en su mensaje de texto… le llamé para escucharle la voz entrecortada, sentado en su vuelo de camino a su nueva vida… había pasado un año, un año justo… y estaba en Madrid… en la ciudad donde nos conocimos hace más de una década… fue estudiando en la Universidad, en esa otra vida que ahora parece quedar tan lejos… tengo muchas ganas de verte, me dijo… sonreí al escucharlo… yo también, le contesté… es uno de esos amigos a los que quieres sin explicación… por tradición… de los que, pese a saber poco, de una u otra manera tienes en mente… con sus peculiaridades, esas que le hicieron ser quien es… esas que le hicieron ser poseedor de una parte de ese bolsillo del corazón…

Quedamos entre su comida con la gente de La Razón y la cena que tenía prevista en casa de su abuela… salí de casa con el corazón un poco borracho de sentimientos… pensando que teníamos poco tiempo en realidad para ponernos al día… recordando nuestra penúltima conversación, una en la que él me anunciaba que iba a dar ese salto que le abría la puerta de América… esa en la que yo le hablaba de mi extraño episodio vital sin darle demasiados detalles… estaba en la Castellana cuando recordé su frase… te has ido de excursión por ahí ya, me preguntó… recuerdo que tuve que preguntarle a qué se refería la tercera vez que me lo preguntó ante mi interrogante qué que le dejaba claro que no entendía de qué me hablaba… si algo tiene Emilio es que es de esos amigos que pregunta sin vaselina, habla sin tapujos… de esos que te dicen lo que piensan de una manera tan suya que siempre te suena bien aún no haciéndolo… a lo mejor yo le concedo demasiadas licencias, quizás… pero creo que, simplemente, se las ha ganado con el paso de los años…

Cuando le vi cerca de la puerta de su casa veía al mismo compañero de clase, juergas y vida de hace tantos años… con más tripita, con menos pelo… le abracé mientras nos sonreíamos… me llamó Moskis, hacía mucho tiempo que no escuchaba ese nombre que sólo él usaba conmigo… mientras, buscábamos un bar para tomarnos unas cervezas y ponernos al día de nuestras vidas… hablábamos sin parar de sus problemas con la empresa para que la trabajaba cuando encontramos el lugar idóneo… en la plaza de la República Dominicana, en una terraza… un sitio que nos gustó pese a optar por la calle… lo que nunca creí que verían mis ojos, le dije, has dejado de fumar… a nueve dólares el paquete, me dijo con una de esas caras suyas tan personales, cualquiera no deja de fumar… nos reímos… con la primera cerveza, me contó cómo era esa vida americana… cómo era su nuevo trabajo… cómo había organizado esa vida en la Gran Manzana trabajando desde casa… acababa de ser padre por segunda vez… no me pierdo los vídeos de tu hijo, le dije sonriendo… no tuve oportunidad de conocerle cuando vivían en España pero, cosas de la tecnología, le había visto crecer a través de una pantalla… le había visto chupar limones, ponerse celoso, tocar la batería con cazuelas… le había visto como una réplica en pequeño de su padre… un pequeño Emilio, le dije… sonrió… se le perdió la mirada en alguna parte… supongo que en ese universo que solamente sienten, ven y habitan los que son padres…

De golpe, a la altura de la segunda cerveza, llegó el turno de los ruegos y preguntas de mi vida… de esta nueva, de esa anterior… tocó hablarle de ese año de existencia complicado a nivel de trabajo… le hablé de las colaboraciones, de la gira… sonreía… se reía… no sé si de mí, conmigo o de esos momentos peculiares de esta redescubierta vida de soltera… le hablé de los planes, de los proyectos… de ese inminente viaje a Venezuela, de ese pasado viaje a Colombia… quien sabe, me dijo, si tu vida no está al otro lado… sonreí, quizás lo estaba aunque todavía no haya llegado el momento… hizo la pregunta perfecta… esa que temí desde el momento en el que supe que íbamos a volver a vernos… sonreí, respiré… contesté… me miró, le esquivé la mirada… aproveché que me tenía contra las cuerdas para escurrirme con la excusa de pedirle a la camarera su oscuro objeto del deseo… algo tan español como un plato de aceitunas, algo que no logra que le pongan de tapa en los Estados Unidos… volvió a la carga, con una ofensiva de esas suyas que te acribillan el corazón por la franqueza y lo directo del disparo…

Para cuando habíamos destripado nuestras vidas, pasamos revista a esas otras personas que formaron parte de nuestro universo universitario… llegaba su hora y se lo hicieron saber con una llamada que le exigía volver a casa… no sabes cómo me jode, me dijo, pero me tengo que ir… reconozco que me habría gustado quedarme con él charlando durante muchas más horas… en esa misma terraza, entre cerveza y cerveza… como tantas veces, con esa temperatura veraniega del Madrid de los recuerdos… caminamos cogidos del brazo hasta su casa mientras tratábamos de recordar nombres de compañeros de clase perdidos… me acompañó hasta el coche… nos abrazamos… me ha encantado verte, me dijo, vente mañana a las copas en casa… creo que tanto él como yo sabíamos que no iría… que no invadiría su convocatoria familiar con mi presencia… cuídate mucho en los Estates, le dije, te tomo la palabra de ir a veros…

Volví a casa sonriendo… recordando… masticando… sintiendo eso que sólo te da tu familia elegida… esos amigos que, pese a estar lejos o cerca, forman parte de ella… pensando en todos los recuerdos que compartíamos… con ese “te quiero mucho” y ese “te he echado de menos” que nos dijimos… sinceros… reales… probablemente tan auténticos como eso que nos une sin hacerlo…

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