
Como parte de su condena, vaciló al coger el teléfono… imaginó la escena al otro lado… imaginó qué estaría haciendo… la enmascarada sorpresa, el timbre tenso en esa voz casi ya desconocida… sabía que al otro lado de la línea responderían, lo presentía… marcó los números de memoria… uno detrás de otro… se apoyó contra la pared de su celda para encender un cigarrillo… le iba a hacer falta una dosis mágica de irrealidad para aquél momento… sonaban los tonos… se le hicieron interminables, millones de ellos… apenas un par de segundos, nada en una vida… todo en ese momento… el auricular se descolgó… el estruendo de música… ninguna voz… colgaron… el reo no tenía opción, había de volver a marcar… volvió a marcar… volvieron a descolgar, esta vez con la música más baja… tras el “si” llegó un dulce “hola” que el reo susurró con timidez... con miedo... con calma… los primeros compases fueron tensos, extraños… el reo necesitaba decir adiós antes del gran momento… una ridiculez, quizás… pero cuando la condena pesa tanto, pequeños gestos sirven para aligerar las alas…
Veinte minutos de extraña conversación… de voces tensas… de palabras susurradas… silencios… “voy a colgar”… alguna que otra lágrima… llegaba la Navidad y el reo sentía en su corazón la necesidad de desear… de despedir… de terminar con su condena… mil preguntas se agolpaban en su cabeza pero tenía que priorizar… sintió el frío ante las respuestas… quizás tenía que ser así, se decía… decir adiós no podía ser tan frío, tan extraño…
Pero lo fue… aunque el reo sentía el calor al otro lado… apenas se tamizaba entre tanta oscuridad… pero lo pudo ver, lo sintió… aquél momento sería el último de su larga condena… quedaba libre de los cargos ajenos para, únicamente, librar los propios… en libertad, sin cadenas… el reo quería conservar el calor escondida en aquélla voz… sintió que no estaba sóla… sintió que no era sincera… comprobó que la voz estaba muda… que el auricular era un sordo… y que su voz de condenado tocaba a su fin… al decir adiós, tan sólo un segundo antes de colgar, notó cómo giraba su corazón… cómo se ponía de espaldas para no mirar más… la celda ya no era tan pequeña ni la noche que entraba por sus barrotes le engullía… lo había hecho… había cerrado su propia puerta… consigo mismo… con el pasado de un año que acababa… con su propia condena… sus trabajos forzados…
Tardó un día todavía en abandonar su celda… quiso permanecer en ella para procesar su propia despedida… para enfrentarse al frío de la calle con otros ojos, con otra mirada… su propio comienzo acababa de empezar, tenía que seguirlo… al dejar la celda, se le caían las lágrimas… de la melancolía absurda de la tristeza… de la pena de sentir su condena muerta… de la extraña sensación de sentir un peso menos sobre los hombros… un adiós necesario para sí y para la libertad que le esperaba… dentro y fuera de su propia jaula… había echado el candado… donde estaba la llave, era un misterio que incluso se le reservaba a él mismo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario