domingo, 21 de diciembre de 2008

Una mañana de viernes, el pasado y la Mahou

Se acerca la Navidad, es algo inminente… y ando con esa fiebre habitual de conciliarme con el mundo… sí, siempre me da… hacer las cosas que tienes pendientes, de la manera que sea, para empezar el año con buen pie… de otra manera… el viernes fue el día en el que decidí hacerlo… echar algunas cartas que necesitaba escribir… escribir otras para que nadie las lea… cerrar algunas de las ventanas que todavía están entornadas…

Cogí el autobús e hice una ruta que, desde hacía meses, no había vuelto a llevar a cabo… ese 61 me llevó por el complicado Madrid pre-navideño con muchos coches con bolsas, dobles filas y semáforos que se abren sin que nadie pueda moverse… me bajé del autobús con mi caja de bombones en el bolso… cuando entraba en Cartagena, se me iba alterando el corazoncito ese que tengo en alguna parte… bajaba recordando tantas cosas… y de golpe, en mitad de la acera, una cara de un pasado demasiado reciente… nos saludamos, seguimos andando –él en la misma dirección que yo-… nos paramos a charlar en la puerta de su oficina… nunca unos pocos minutos se me hicieron tan eternos… viéndome reflejaba en un cristal con un logotipo que era en sí un clavito más del camino… su nerviosismo me resultó curioso… demasiado alterado para algo tan simple como un encuentro…

Y, después de despedirme y dado el momentazo, decidí meterme otro chute en vena de pasado… sí, otro de los lugares de Madrid que tenía que quemar de mi saldo personal… pedí un café, Domingo me sonrió desde la esquina de la barra y se acercó a charlar conmigo… mucho tiempo sin verme, sí… a su pregunta llegó mi respuesta, su cara de sorpresa y el que se sentara en el taburete de al lado… me habló de que el año que viene se marchará a vivir a Tenerife, me habla de la crisis y de su título de masajista… se levanta, y escribo una nueva carta necesaria… con remitente, destinatario pero sin sello… cuando quiero pagar, me dice “feliz Navidad”… eso espero, le contesté…

La siguiente media hora, no la puedo describir… mi cabeza era una thermomix… me tocó desandar la calle, esta vez por la acera contraria del trayecto anterior… en mis oídos, como siempre últimamente, música… y comenzó a sonar “Ella” de Bebe… esto se merece un homenaje de Mahou… de letras y tinta… música en los cascos… convertirse en un pequeño islote dentro de un bar… no existir salvo por ocupar un espacio… me gusta esa sensación tanto… y a veces, realmente, la necesito…y así volví a mi calle… me di cuenta de toda la decoración navideña que había… ha llegado, es así… y, sentada en la esquina de un bar, con un botellín sobre la barra y el cuaderno sobre las piernas… volví a ser yo sóla… sin más… sin nadie… con una serenidad brutal dentro de mí…

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