jueves, 5 de marzo de 2009

Acertando a equivocarme

Llevaba mucho tiempo esperándolo, no lo voy a negar… sí, Lagarto Amarillo en concierto… esa banda sonora que me ha acompañado –y me sigue acompañando- en estos meses kafkianos de mi vida… y, lo que es mejor, para Iñigo es la banda sonora del tiempo que llevamos viviendo juntos… supongo que ser compañeros de piso fomenta esas cosas, quizás… pero ni él se cansa de escucharla, ni yo tampoco… nos transmite un buen rollo que no sabemos explicar…

Antes de irme a Colombia, ya habíamos localizado un concierto… él se quedaba encargado de comprar las entradas… Pons completaba el círculo… curioso, pensé, en este momento esa entrada vale 20€ y aunque quisiera no podría pagarla… sin embargo, la vida te da curiosas sorpresas… y pese a tu bancarrota, tus amigos se alían para ponerte papel de burbuja en esas esquinitas que no duelen tanto por algún motivo que no logro comprender… estamos preparados para salir?, nos preguntamos Iñigo y yo mientras esperamos la llegada de Pons… la verdad es que no, hace un día de perros en Madrid y lo único que apetece es quedarse en casa… nos ponemos las pilas y en 20 minutos estamos saliendo por la puerta… yo con el pelo mojado, Iñigo medio dormido, Pons en un día “Goma Milán” de su vida… al llegar al ascensor, cada uno tiene su mote para la noche… Pons parece la niña que sale del pozo en “The ring”… yo parezco la chica de la curva en la foto que Iñigo saca para dar fe de que estamos de camino al concierto… él decide ser un personaje de una película que ni recuerdo…

Mientras caminamos hacia el metro, seguimos tratando de entender las extrañas esquinas que le agujerean el día a Pons… y, en uno de esos patinazos mentales que me caracterizan, casi provoco un incidente diplomático con ella… Iñigo aplaude, yo no entiendo nada, ella durante unos segundos me odia… menos mal que me conoce y sabe que quería decir algo muy distinto… en el metro todavía nos seguimos riendo… trato de explicarme, ellos no me dejan… desisto, me acabo de convertir en el objeto de la burla… cuando salimos en Sol, hay una manifestación… como no, pienso… en cuántas de estas habré estado para una asignatura de último de carrera… el ruido de alrededor de pronto me colapsa… necesito salir de esa marabunta de gente, me están volviendo loca… al entrar en Arenal, mis oídos se relajan… podemos hablar, optamos por cenar un kebab… tratamos de mantener una conversación coherente entre churretones de salsa de yogurt y la prisa de que son las 9, y el concierto empieza a las 9…

Y llega el momento histórico de mi día… sí… por primera vez en mi existencia, iba a poner un pie en Joy Slava… una de las discotecas más pijas y coñazo de Madrid… de esas que exigen llevar zapatos para poder entrar… de esas calificadas “selectas y de famoseo” de la ciudad… una discoteca a la que siempre me había resistido a ir… pero allí estaba y, además, para ver un concierto de un grupo que no iba precisamente con camisa de Ralph Laurent ni cantaba canciones tipo “Amo a Laura”… mientras el puerta mira con mala cara las zapatillas de Iñigo –supongo que porque, salvo para ese concierto, el resto del tiempo nunca habría dejado pasar semejante calzado por la puerta-, nos reímos… ¿no te parece curioso que toda la gente que entra hoy en este garito es perro-flautas?, escucha Pons decir a una chica en la cola… paradojas de la vida, el sitio más pijo de Madrid invadido por una horda de tirados… pedimos tres cervezas, buscamos el lugar que nos deja ver el escenario… descubro que el garito es un teatro, con palcos en tonos dorados… la iluminación que se proyecta sobre ellos le da de golpe un toquecito de magia al lugar, sí…

Pero la auténtica magia estaba por llegar… porque, por algún extraño motivo, con los acordes de la primera canción todo el garito sonreía… empezaban a sonar con ese ritmo pegadizo que suma fusión, música americana, un toque de folk y una pizca de ska… comenzamos a cantar, a sentir la música… por algún extraño motivo, no podía parar de sonreír… ninguno de los tres podía parar de sonreír… en una única canción, sentí una pizca de tristeza… pero incluso siendo eso, sonreía… por lo menos has vivido, me dije a mí misma… por lo menos estás viva, te sientes viva… y sólo por eso merecía la pena esa tristeza… sonreía, sí… sonreí incluso cuando vi salir a la voz que más le acompaña a mi alma en esta metamorfosis mía… esa voz especial… lo que queda de Antonio Vega, con la muerte pintada en la cara, salió al escenario… cuando le escuché cantar “culpable de quererte” sonreí… nadie que no fuera Antonio Vega podría pronunciar esas palabras así en una canción… de golpe, me pareció que la magia seguía en el ambiente… “acertando a equivocarme” fue el siguiente chute de magia que sentí… no conocía esa canción, es nueva… y ese mensaje me hizo gracia… me gustaban mis errores del pasado, sí… creo que mis equivocaciones simplemente tenían que suceder… formaban parte de esta historia extraña que se escribe siempre de noche… que se escribe con renglones torcidos que, cada día, se encauzan más…

Salimos de allí sonrientes… haciéndonos fotos con las vacas de la Cow Parade que había en Sol… sacándonos brillo a los cuernos mutuos, con todo el cachondeo del mundo y sin la menos sombra de pena… después de no parar de descojonarnos en el metro, salimos a la calle cantando… de Mocedades a Las Grecas, lo mismo daba… acompañamos a Pons a coger el coche a Moncloa, le cantamos al segurata de la garita que está dormido el “Buenas noches” de los Lunnis… sí, nos reímos hasta de nuestra sombra… de vuelta a casa, recuerdo ese ron nicaragüense que me regalaron Nando y Nela... era nuestro momento, nos decimos...


Madrid es luminoso esta noche… a veces la felicidad es cuestión de sentir mucho sin necesidad de nada...

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