martes, 17 de marzo de 2009

El niño melón y la teta de gominola...

De vez en cuando sucede que, el día que menos te lo esperas, acabas metiéndote en la cama con media sonrisa en la cara… de la forma más espontánea, sucede… y si, además es entre semana, ese momento de semi felicidad te parece un auténtico logro… sí, es como si el mundo se congelara de lunes a viernes… como si no existiera en cierta medida… o sí, quizás es que no he sabido mirarlo antes como debiera…

El caso es que de la manera más tonta, acabo quedando con Miguel… el Tonto, como le llamaba en otra época… Melón era otro de sus pseudónimos… lo mejor de todo, es que pasados tantos años, seguimos llamándonos así… hasta el punto de que, cuando me pongo a buscarle en la agenda de mi móvil, me doy cuenta de que no le encuentro por su nombre de pila y tengo que hacer dos intentos más para encontrarle… quedamos a las 7 para compartir estas andanzas del paro, de la vida de la agencia de publicidad y de nuestras vidas propias… llevábamos dos años sin vernos, hablando muy de cuando en cuando por el Messenger… con intentos siempre frustrados de vernos… estaba claro, era el día… con una Mahou el mundo se ve mucho mejor…

Cuando salí del portal, me hizo gracia ver que sigue igual que siempre… eso sí, ya no se tiñe el pelo del color que se le ocurre y ha dejado de quitarse los restos de tinte de la frente con KH7… la herida que tuvo durante semanas en la frente dio mucho de sí cuando trabajábamos juntos y me contó cómo se la había hecho… nos sentamos en un bar de la acera de enfrente de casa… hablamos de su paro, de cómo quebró su empresa… por desgracia, cada vez estas conversaciones son más habituales entre la gente de mi círculo… me contó cómo se buscaba la vida, cómo estaba su chica… su eterna hippy novia que a él le sacaba de quicio con sus felpudos de ranas, sus flores en todas partes y a la que incluso, una vez, elegí un regalo de cumpleaños… sí, me encanta Mónica aunque sólo la haya visto una vez cruzando con él un paso de cebra… hablamos de mi viaje, de su amigo hindú que conoció en Boston… nos reímos entre cañas y botellines de los extraños negocios a los que nos vemos obligados en tiempos de crisis… me contó que quería abrir una panadería, no quiero ser diseñador siempre me dijo… esto no te da de comer… pensé en lo curioso que es nuestro mundo… pese a adorar tu profesión, sabes de sobra que antes o después tendrás que hacer otra cosa… simplemente, sabes que es un mundo con fecha de caducidad…

Nos pusimos al día de nuestras vidas, de nuestros peculiares sueños, como se hace casi cualquier reunión de amigos hoy en día… entre cervezas, sentados, charlando… daba igual que hubieran pasado dos años sin vernos… cuatro horas después le acompañé al coche… quería que lo viera, había pasado de ser el chico del Focus a comprarse un coche “modelo padre”… nos despedimos prometiéndonos otra tarde de cervezas y risas en su barrio… se ha mudado a la mitad de la nada y le alucina la cantidad de “vida” que tiene este barrio… volví a casa de buen rollo, por las risas… por el rato divertido con él… dispuesta a comprobar que le tenía en mi lista de “amigos” de Facebook… ninguno de los dos estábamos seguros, creo que ambos necesitamos comprobarlo al volver a nuestros respectivos hogares… me sorprendió ver que se acababa de hacer fan de “El niño melón” –uno de sus pseuodónimos-… y me tuve que reír cuando había comentando “Dedicado a mi amiga Fátima”…

Y de golpe, en plena comprobación afirmativa –tan afirmativa como que nos habíamos hablado ya por el dichoso Facebook, núcleo central de la vida social de hoy-, vi una ventanita en la parte inferior… leí su nombre… sonreí… una amiga del colegio de León… recordé su nombre y sus dos apellidos, como cuando nos pasaban lista… una amiga que siguió siéndolo, la única que conservé realmente de esa época… una de esas que hace mucho que no llamas, en parte, por la vergüenza que te da retomar una conversación después de muchos años… cinco para ser exactos, pensé… pinché en su ventana, me decía hola… que cómo estaba, que hacía mucho que no sabía nada de mí… recordé que no fui a su boda porque no pude… comenzamos a hablar… he de reconocer que me hizo muchísima ilusión ponerme a charlar con ella como si nada… como si mi desaparición de su vida –porque fue mía, me apunto la autoría del desastre- no importara… me dijo que al principio creyó que ella me había hecho algo, después dice que se dio cuenta de que algo tuvo que ocurrirme para desaparecer así… sonreí… nunca podría contarle todos estos años, son demasiadas cosas… pero algo curioso es que ella nunca ha salido por completo de mi cabeza… pensaba en ella y en su marido pero nunca llamé…

Me contó que ya no vivía en León, que estaba embarazada de siete meses… me alegré de corazón por ella, me alegré de ver que era feliz en Valladolid… me estaba alegrando como si la hubiera visto ayer, imaginándomela con sus gafas de siempre y su sonrisa… me empezó a contar que le había costado mucho trabajo quedarse embarazada… que su pequeño Martín iba a ser un regalo… y me contó la historia de una herida… un cáncer de pecho… me quedé fría… flipando a este lado del mundo… sintiéndome jodidamente culpable por haber desaparecido tanto tiempo… no pasa nada, me dijo, ahora tengo una de gominola… me ha enseñado a pensar de otra manera, me escribía, a ver las cosas de otro modo… tantos años sin verte, pensé, y me estás dando una clase de vida vía Internet… ole por ti, dije para mí, me gusta sentir de golpe que pese al tiempo pasado lo importante es el futuro… le prometí ir a visitarles, le di mi palabra de llamarla…

Y cuando se fue y me dejó delante de esta pantalla, pensé en lo curioso que es el reencuentro cuando entre dos personas hay un cariño especial… cuando, ya sea con unas cañas o a través de la frialdad de una pantalla, de golpe te sientes a gusto de ese rato compartido… de esa puesta al día después de mucho tiempo… de saborear que, pese al tiempo no vivido, no se ha perdido… de comprobar que recuerdas perfectamente sus voces, sus risas… me gustan estos nuevos momentos, estas segundas oportunidades…

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