martes, 10 de marzo de 2009

Caballeros del asfalto

Tengo esa mala y peculiar costumbre de ir escuchando lo que habla la gente de mi alrededor… incluso, cuando no hablan, acostumbro a fijarme en ellos… les observo… su fisionomía, cómo visten… no, no soy una psicópata en ciernes ni pretendo lanzarme a sus yugulares… simplemente, imagino sus vidas… trato de imaginar a donde van… si alguien les espera… les construyo a cada uno de ellos una vida al milímetro en función de lo que tarda el paso de peatones en pasar de rojo a verde… sí, supongo que simplemente disfruto con esa curiosidad que me despiertan las personas… sus historias, sus vidas… todos tenemos un pasado y un presente… lleno de momentos vividos, de segundos de gloria y otros, simplemente, para olvidar… pero inventar una vida para apenas unos minutos resulta divertido… y ¿por qué no? a mí me permite inventar historias que no existen ni puedo contar…

Precisamente escuchando una conversación de paso de cebra fue cuando descubrí que la vida, a veces, simplemente te da una lección de esas que te fascinan… de esas que te hacen recuperar las ganas de creer en el ser humano… de apartar la vista, quizás, de malos ratos que has vivido o has pasado por confiar en que todo ser humano es –de serie- bueno… pero las buenas personas son las más difíciles de encontrar… y no es cuestión de predisposición o de actitud, no… la nobleza que vive en algunos seres humanos no se busca, no se encuentra… simplemente, un día te la encuentras de bruces y sabes que no puedes dejarla pasar… es un regalo de coleccionista en este extraño mundo en el que vivimos…

Cruzando hacia Atocha, descubrí que pese a todos los prejuicios aparentes existen personas así… y, lo que me resultó todavía más divertido para aquéllos que se te permiten el lujo de juzgar por cómo vistes, procedía de dos indigentes… uno de ellos comía un helado del McDonnalds, cargaba sobre el brazo la típica bolsa de comida para llevar… adelantado apenas un metro, otro hombre… a simple vista no sabría prejuzgar si vivía en la calle, pero el hombre del helado lo supo… aceleró el paso, se acercó a él… y de una manera discreta, apenas imperceptible, le abordó… ¿tienes hambre?, apenas le dijo mientras le señalaba con la cabeza la bolsa de comida… si ya el hecho en sí me dejó atónita, casi me caigo de culo en mitad de las rayas blancas que había pintadas en el suelo… el hombre al que había preguntado contestó, en la misma voz relativamente susurrada… muchas gracias, pero mejor guárdalo para otro que también le vendrá bien… les miré mientras giraba hacia la dirección contraria… hombres, entrados en los cincuenta quizás… habitantes de las calles de este extraño monstruo que es Madrid… supervivientes de una vida que les dio duro, por el motivo que fuera… caballeros del asfalto…

No tendrían nada, cierto… pero de alguna manera esa solidaridad callejera me impactó… porque no forma parte de ninguna campaña, de ninguna ONG… de nada… existe incluso en algo tan básico y tan instintivo como es tener hambre… la calle enseña, la calle es dura… lo he escuchado muchas veces… se lo he escuchado decir incluso a otros sin techo… su mundo es tan fascinante como hijo de puta… pero, por algún extraño motivo, no teniendo nada ese hombre que disfrutaba de su helado del McDonnalds estaba dispuesto a ayudar… a un desconocido… a un hombre con el que cruzaba un paso de cebra en una ciudad de millones de habitantes… habitantes que nos evitamos entre nosotros… que compartimos un mismo escenario pero somos actores de distintas obras de teatro…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es increible pero esto funciona asi..quién menos tiene es el que más da, y el que más motivos tiene para quejarse es el que menos se queja..Es cierto que a veces cuando te paras a mirar a este loco mundo te preguntas en qué se ha convertido el ser humano..Siempre queremos más..eternos insatisfechos..La leche!
Yo potxoli, si veo eso casi me pondría a llorar, te lo juro..

Un besako!