lunes, 23 de marzo de 2009

La carta


"On ne voit bien qu´avec le coeur"
El Principito


Sacó el papel y lo colocó sobre la mesa… se quedó mirando esa página en blanco… la mano temblorosa agarró la pluma… sí, seguía escribiendo con pluma… como se escribe desde siempre, como ya no escribe nadie… este extraño mes de transición había llegado… del frío al calor… y esa hoja en blanco la esperaba… no entendía muy bien su objetivo, su necesidad… no sabía si procedía o no… no sabía qué palabras utilizar para empezarla…

“Querido” le sonaba extraño… un simple “Hola” le parecía escaso… quizás el comienzo tendría que ser más simple… “no sé ni cómo empezar a escribirte” le pareció mucho más adecuado… la musa de la inspiración no estaba de servicio para este tipo de momentos, pensó… ninguna sería la palabra adecuada… ninguna lograría deslumbrar… tampoco trataba de hacerlo… palabras, simplemente palabras… la única manera que tenemos de expresar lo inexplicable… una suma de letras que esconde detrás tantas cosas… cuántas pasan sin que hagamos nada, sin que seamos conscientes de su valor… la primera línea estaba escrita… como un tímido asomar de la cabeza por una puerta… con la misma sensación…

Cada trazo derramaba un poco de sí… decidió no tratar de usar palabras bonitas… tan sólo de escribir… de deslizar esa delgada punta sobre la hoja virgen… sin pensar en lo que decía… sin pensar en lo que sentía… las líneas se sucedían… en algunos momentos, se le inundaba la mente de imágenes… como si estuvieran sacadas de una película antigua… otras, por más que lo intentaba, era incapaz de recordarlas… mucho tiempo, demasiado poco… no sabía explicar ni tan siquiera lo que escribía… todas las palabras le parecían, era imposible encontrar las adecuadas para explicar lo que se le movía dentro…

Escribió ilusionada… apenada… contenta… triste… subida en una montaña rusa de emociones… de extraños pedazos de una historia… con noticias… desnudando los secretos escondidos… golpeándose parte de sí misma por dentro… pero escribía, sin más… no podía dejar de hacerlo, giró la página con ansiedad… le quedaban más frases por estampar… escribía despacio… no sabía a dónde iba a llegar, sólo quería escribir… sin releer, sin pensar… como se escriben las cartas de verdad, pensó… sin tener miedo de volver sobre las líneas, sin querer hacerlo…

Le contó las novedades de ese lugar que ya era desconocido… escribió sobre aquéllas cosas que permanecían intactas, inamovibles… cambiadas por el paso del tiempo pero muy parecidas en esencia… al reloj se le habían caído ya las agujas para cuando terminó de escribir… para cuando apuró una despedida que deseaba muchas cosas buenas… miró las hojas escritas… suspiró… sabía qué decían aunque no las leyera… dobló cuidadosamente el papel… perfecto, alineando las puntas… tratando de que formaran un rectángulo perfectamente imperfecto… nunca fue amante de las simetrías… un sobre color sepia aguardaba… fuera no había destinatario… tan sólo remitente… guardó la carta cuidadosamente… pasó la lengua por el borde engomado… la cerró… sabía qué se escondía en ella, no quería releerla… anotó la fecha en donde tendría que haber puesto el sello… y, sacando su caja de los recuerdos, condenó sus propias palabras… las encarceló entre otros sobres iguales… todos con sus fechas, todos con remitente… todos sin destinatario…

Una más o una menos, pensó… colocó la caja en su lugar… algún día, se dijo para sí misma, encontraría el buzón correcto…

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